viernes, 7 de junio de 2013

UN TEMA POCO TRATADO


EL PAPEL DEL PADRE EN LA VIDA DE LA HIJA.


Se trata de un tema que, con frecuencia, pasan por alto las familias, los estudiosos y los escritores. Muchos consideran el vínculo padre-hija como el menos importante en las relaciones entre padres e hijos. Independientemente de lo que se piense sobre la importancia de los distintos vínculos familiares, es interesante notar que la ausencia, el descuido y el rechazo paternos son decididamente más comunes en la relación padre/hija, que en la relación padre/hijo.
Habría que hacer notar que esta desigualdad tiene que ver con la idea reinante, entre hombres y
mujeres, de que el padre es más necesario en la vida de sus hijos que en la de sus hijas. E incluso, si se acepta esta proposición, debería preocuparnos a todos el hecho de que el padre no logre cumplir
adecuadamente el papel que le corresponde con las hijas (ya sea por ausencia, descuido, violencia o
rechazo). El descuido y la ausencia paternos están relacionados con desórdenes de la alimentación en las adolescentes como la anorexia y la bulimia. Del mismo modo, la depresión clínica -muy común entre las chicas de los 16 a los 26 años de edad- parece estar relacionada, en parte, con sentimientos de inadaptación que nacen de una falta de aceptación y de aprobación del padre. El hecho de que el padre influya poderosamente (en lo bueno y en lo malo) en las hijas adolescentes no debe sorprender a nadie. Pues una de las diferencias fascinantes entre el padre y la madre, a lo largo del ciclo vital de los hijos, es que la influencia del padre parece aumentar con el transcurso del tiempo.
Aún más, el padre, del mismo modo que determina biológicamente el sexo de los hijos, es culturalmente responsable de la "afirmación" y "revelación" de la identidad sexual de sus hijos e hijas
durante la adolescencia. "El padre, más que la madre, es el que determina qué significa ser una ‘chica’, y si ella se siente bien sexualmente en cuanto tal", escribe Victoria Secunda. "El padre tiene una influencia muy profunda en las opciones y relaciones sexuales y románticas de la hija, según haya sido un padre de tiempo completo, divorciado, o ausente". Asimismo, la doctora Miriam M. Johnson dice que la hija aprende la "feminidad materna" de su madre, pero aprende la "feminidad heterosexual" de su padre.
Una investigación realizada por un psicólogo clínico, el doctor George Rekers, muestra que las
adolescentes que han crecido en hogares sin padre tienen mayor tendencia a llevar una actividad sexual promiscua antes del matrimonio, a la convivencia, a quedar embarazadas por fuera del matrimonio y a abortar. Igualmente, una psicóloga de la Universidad de Virginia, Mavis Hetherington, dice que las chicas con frecuencia "se casan con la imagen del padre". Y escribe: "En las hijas de divorciados se ha comprobado la tendencia a una actividad sexual precoz, a casarse con hombres que tienen problemas de droga y alcohol, y a quedar embarazadas antes del matrimonio. Cuando las chicas que han crecido sin el apoyo cariñoso de una figura masculina comienzan una relación heterosexual, se nota una mayor ansiedad, porque se trata de una experiencia nueva para ellas. Lo que importa no es sólo la presencia física del padre, es su participación e interés. Un padre que está emocionalmente lejano, que rechaza o castiga, puede hacer que las hijas tengan una actitud de temor ante los hombres".
Desde luego, una de las mejores maneras de afirmar la feminidad de sus hijas es cuando los hombres
tratan a sus esposas con respeto y ternura. Unos padres unidos enseñan a sus hijos el amor romántico,
más con la actitud que con las palabras. Una investigadora de la Universidad de California, Judith
Wallerstein, afirma que el divorcio a menudo puede poner a las hijas en contra del padre. Y dice que,
con el divorcio, con frecuencia madres e hijas cambian sus papeles: la hija se vuelve madre y la madre, en su afán de adquirir confianza en sí misma, o de tomar venganza, se transforma en hija necesitada. Es natural, pues, que las hijas que han crecido en esas circunstancias tengan más tarde dificultades para establecer relaciones sentimentales con los hombres. Y (como ya lo hemos visto), puesto que esas mujeres con frecuencia tienden a compensar la falta de la aprobación masculina con la práctica de relaciones sexuales antes del matrimonio, los problemas aumentan para ellas, con el tiempo, en vez de disminuir.
La ausencia del amor paterno, pues, influye profundamente en las hijas, y los efectos son más visibles quizás en sus relaciones con los varones. En segundo lugar, el fracaso del padre con sus hijas no sólo produce graves consecuencias para ellas, sino también profundas repercusiones de orden social, cultural, político y espiritual. Sea lo que fuere, la lejanía del padre no sólo afecta a las hijas profundamente, sino que se refleja en su manera de ver el mundo y de participar en él. Por tanto, interpretan con frecuencia el rechazo paterno, no como un rechazo a su persona, sino a la mujer en general. Este es el caldo de cultivo idóneo para todas esas estridencias culturales propias de las
agendas que enarbolan la ideología de género como bandera. Creo que los responsables sociales, culturales, políticos y (especialmente) espirituales deben prestar una atención especial a la promoción de fuertes vínculos entre padres e hijas. Para el padre, los hijos varones son un territorio familiar. Los conocen. Pero con las niñas la cuestión es distinta.
Con frecuencia ellas son como un rompecabezas, un enorme misterio. En verdad, la crisis de la paternidad, hoy, es, al fin y al cabo, una crisis de la masculinidad, una crisis del papel de los dos sexos, y no radica tanto en el hecho de que los hombres no saben cómo tratar a sus hijos varones, así como no saben tratar a su esposa, y, por extensión, a sus hijas. No pensemos que esta realidad está lejos de nosotros.


 

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