domingo, 2 de junio de 2013

Carta abierta a un padre ausente

Dudé mucho antes de escribir esta carta. Dudé porque me generás sentimientos encontrados. Dudé, porque tal vez no existan las respuestas a las preguntas que durante años no sabía a quién hacérselas. Dudé, porque tal vez no quería tener una contestación.


Muchos somos hijos de padres ausentes. Padres que un buen día, se van. Y uno se queda sin saber muy bien para donde ir. Te rodea la bronca, la impotencia. Tu mamá tiene que salir a buscar el dinero para mantenerte, con sus propios miedos, con las mismas dudas que tenés. Con las mismas preguntas sin respuestas.

Algunos nos aferramos a ese amor incondicional de una madre con miedo. Porque nuestro mundo se desequilibró de repente y no comprendemos qué pasó. En la escuela, al menos a la que yo fui, hacían tanto hincapie en el modelo de famila perfecto, que te sentías fuera de lugar. Debe haber sido la misma sensación que tuvieron Adán y Eva cuando Dios los hechó del paraíso. Uno se queda mirando, con la ñata apoyada en un vidrio imaginario, a las otras familias felices, a esos otros nenes con su papá y su mamá, como si la vida les sonriera sólo a ellos y uno estuviera bajo una lluvia fria, que te cala hasta los huesos y te hace palpable tu propia infelicidad.

En el fondo, sabíamos que las cosas no estaban bien. Uno participaba de escenas que no son fáciles de olvidar y de discuciones que jamás hubiéramos querido oir. Pero la vida te enfrenta a eso y no lo podés evitar. En otros casos, la ausencia viene de lejos, viene desde la misma negación de ese ser nuevo, que viene con la esperanza de un mundo mejor. Y en algún momento las preguntas también surgen, con la misma ausencia de respuestas.

La familia trata de responderte, pero son las palabras llenas de reproche, de rabia, de dolor. Y esa subjetividad te desvía de tu pregunta, de tu busqueda. Porque nadie puede responder por los sentimientos del otro. Nadie puede llenar la ausencia de palabras. Nadie puede obligar al amor que un padre debería sentir por un hijo.

Y en algunos casos, la vida te quita la posibilidad de encontrar esas respuestas. Porque un llamado telefónico te avisa que esa persona, la que también te trajo al mundo, pero te ignoró, no está más. Y tus preguntas se quedaron flotando en el aire. Y sólo te resta pasarles un baño de piedad, de perdón, de lástima. Porqué comprendés que tal vez esa pesona tampoco fue feliz. Porque comprendés que esa persona, a la que el tiempo cubrio con su manto, murió en su ley.

Tal vez esta nota no la lean quienes deberían, para comprender lo que siente un hijo que es olvidado por su padre. Y tal vez sólo se emocionen aquellos hombres que jamás dejarían abandonados a sus hijos a su suerte. Pero quizá, algún día, estas palabras toquen el alma y el corazón de una sola de esas personas y la haga recapacitar. Y quizás, tal vez, todavía esté a tiempo de recomponer esa relación que jamás debería haberse cortado

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