domingo, 29 de diciembre de 2013

MIS MEJORES DESEOS......

PERDÓNAME....

RECONOCIENDO....

MOTIVOS...

PENSAMIENTO POSITIVO...

MEDITACIÓN...

POR HOY....

CADA DÍA.....

POCO A POCO...

SON IMPORTANTES EN LA VIDA....

RECUERDA....

QUE IMPORTANTE ES...

¿Por qué mentimos?



La respuesta es muy simple: “porque funciona”.

Una de las teorías más interesantes para explicar la tendencia a mentir es la hipótesis de la inteligencia maquiavélica. Esta teoría sostiene que el desarrollo progresivo de la inteligencia en el mundo animal se debe a la necesidad de desarrollar formas más sofisticadas de engaño y manipulación. Esta hipótesis se aplica igualmente a los seres humanos, afirmando que la complejidad social los ha compulsado cada vez más a refinar los mecanismos de engaño, desarrollando habilidades superiores para negociar y convencer. Esto significaría, a grosso modo, que somos mentirosos natos.

Aunque no soy partícipe de la teoría de la inteligencia maquiavélica, debe reconocerse el papel que desempeña el medio social en la formación de nuestra “faceta mentirosa”. Por ejemplo, aunque los educadores le dicen continuamente al niño que no mienta ya que éste es un comportamiento negativo, si le enseñan tácticas sutiles de engaño que le permitirán insertarse adecuadamente en la sociedad. Un ejemplo muy sencillo es cuando regañan al niño porque ha dicho que un regalo de cumpleaños no le gustó, justo delante de la persona que se lo ha regalado. En realidad el niño está siendo sincero al expresar sus emociones pero muy pronto el pequeño aprenderá cuando expresar sus ideas y cuando no. Así, este niño aprenderá que una mentira puede hacer a las otras personas más felices y puede permitirle a él mismo ser mejor aceptado. ¡Entonces comienza el juego!

Son varios los estudios científicos que demuestran que las personas que mienten tienden a obtener mejores trabajos y atraen con más facilidad a las personas del sexo opuesto. De hecho, hace algunos años Feldman demostró que los adolescentes más populares en su escuela también son aquellos que pueden manipular y engañar con mayor facilidad a sus coetáneos.

En resumen, una buena parte de las mentiras cotidianas son un intento de encajar mejor en el círculo social en el cual nos desenvolvemos.

Pero no sólo le mentimos a las otras personas, también nos mentimos a nosotros mismos. ¿Por qué? La respuesta puede venir de la mano de un curiosísimo estudio desarrollado en las universidades de Temple y Wisconsin en el 1981 donde se apreció que las personas que se mentían a sí misma con más asiduidad eran más felices que quienes tenían una perspectiva más realista del mundo.

En este caso los investigadores le pidieron a los participantes en el experimento que probasen suerte con una serie de juegos de azar. No obstante, los resultados verdaderos se manipularon, aumentándose o disminuyéndose las ganancias. Las personas supuestamente sanas tendían a vanagloriarse cuando las ganancias habían sido artificialmente elevadas mientras que tendían a subestimarlas cuando eran demasiado pobres. En palabras de Diderot sería: “Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”.

Asombrosamente, las personas con tendencia a la depresión evaluaron su verdadera contribución de forma más cuidadosa, percatándose de los aumentos o disminuciones de los resultados. Esta investigación, que después ha sido replicada de diversas formas, ha conducido a la teoría de que el autoengaño (en dosis pequeñas y en situaciones no relevantes) nos ayuda a mantener un buen estado de ánimo. En fin, nos mentimos a nosotros mismos para salvar nuestro ego.

No obstante, aún comprendiendo el significado de las mentiras y el rol que éstas juegan en nuestra vida íntima y nuestras relaciones sociales, soy de las que apuesto por la verdad. El hecho de que hallamos hecho las cosas siempre de un modo no significa que no existan otras formas de hacerlas, que quizás pueden ser más directas y simples.

PERSONA DRAMÁTICA...

Recibes una llamada a las 9 de la mañana, es tu amiga (o esposa) que te cuenta que amaneció con el cabello fatal (aunque sabes que realmente no es así), que encontró una fila impresionante de coches para ir a la oficina (pero al final logró llegar a tiempo) y dentro de poco tendrá una reunión con el odioso del jefe (aunque a veces te preguntas cómo hace el jefe para soportarla a ella). Y esto se repite cada día… al infinito… Por supuesto, cuando le encuentras cara a cara el rosario de dificultades cotidianas que tiene que enfrentar es aún mayor y más dramático.

Pues bien, esta persona es lo que se conoce como la “reina del drama” (o el “rey del drama”, que esta problemática no es exclusivamente femenina). Se trata de personas que reaccionan con emociones exageradas ante los eventos cotidianos de la vida y maximizan los problemas hasta niveles verdaderamente increíbles.

Ahora los científicos están dando sus primeros pasos para comprender qué sucede en estas personas y por qué manifiestan estos rasgos tan destructivos. En los casos extremos, se llega a diagnosticar un trastorno de personalidad borderline.

Pero… ¿qué trauma conduce al drama? En algunos casos un trauma infantil es el factor desencadenante. De hecho, según investigaciones recientes, los niños que han sido víctimas de abusos o que han vivido desastres naturales tienden a presentar afectaciones químicas a nivel cerebral en las áreas relacionadas con el humor. Esto los convierte en personas hipersensibles ante la estimulación y presentan dificultades para valorar adecuadamente las pistas sociales.

La negligencia de los padres en la educación de los niños también puede ser un factor determinante. Quienes no se han sentido amados en su infancia, en la edad adulta tienden a representar historias para atraer la atención y el cariño de los que le rodean.

Sin embargo, no toda la responsabilidad recae en el medio social, los genes también desempeñan su papel. En el año 2004 se realizó un estudio en la Escuela de Medicina de Harvard donde se apreció que el 27% de las personas que manifestaban comportamientos dramáticos en exceso tenían familiares con esta misma propensión.

No obstante, más allá de las causas que originan o desencadenan este tipo de comportamiento; lo cierto es que vivir con una “reina del drama” es un verdadero “DRAMA”, con letras mayúsculas. Y es que quienes viven o trabajan con este tipo de personas se sienten bombardeados diariamente con una serie de problemas menores y acusaciones que al final terminan causando malhumor, ira y cansancio.

Afortunadamente, existen algunos tips que pueden ayudarles a enfrentar esta problemática:

- Establecer fronteras: pon límites de tiempo y espacio a la interacción (algo que se puede poner en práctica si se trata de un compañero de trabajo). Deja bien claro que no tienes todo el día para escuchar sus quejas.

- Sé consistente: no rompas las reglas que has impuesto porque de lo contrario, volverás al punto de partida. Recuerda que a veces estas personas pueden llegar a ser muy manipuladoras.

- Mantén la calma: aunque es difícil, de nada sirve enfadarse y gritar. Además, si reaccionamos dramáticamente esto solo servirá para amplificar la emoción, por ende, escucha con calma hasta donde puedas, utiliza adjetivos de contenido emocional positivo y, cuando no estés dispuesto a escuchar más, hazlo saber inmediatamente.

- Redirecciona: una persona dramática se centrará en lo negativo, saca a relucir los aspectos positivos de la situación.

- Recomienda un psicólogo: al fin y al cabo, estas personas normalmente no se sienten felices y plenas con este papel dramático.

AUTONOMÍA EMOCIONAL...

Cuando las personas no tienen autocontrol quieren controlar lo que les rodea, lo cual significa que quieren controlar a los demás. Se trata de un comportamiento típico de las personas inseguras, sobre todo desde el punto de vista emocional. De hecho, las personas más dominantes y celosas en una relación de pareja son las más inseguras y los jefes más autoritarios son los menos capaces.

La explicación a este fenómeno es muy sencilla: como estas personas no saben autocontrolarse y a menudo son víctimas de sus inseguridades y miedos, intentan compensar esta falta controlando su entorno. Obviamente, esto crea numerosos problemas en sus relaciones interpersonales ya que poco a poco, logran ahogar la independencia de quienes le rodean. Hasta que llega un punto en que estos se rebelan y reclaman la libertad a la que tienen derecho. 

A veces esta situación de control/sometimiento se ha arrastrado durante años por lo que cuando la soga se tensa al máximo, la relación se puede romper irremediablemente. Para no asumir el papel del controlador posesivo, una de las características clave que debemos desarrollar es lo que se conoce como “autonomía emocional”.


¿Qué es la autonomía emocional?

La autonomía emocional es un concepto radicalmente opuesto a la dependencia emocional, es la capacidad para sentir, pensar y tomar decisiones por sí mismo. Las personas que son autónomas desde el punto de vista emocional son capaces de gestionar sus emociones y sentirse seguros de sus elecciones y objetivos en la vida.

La autonomía emocional no significa que no somos capaces de mantener una relación afectiva sino que construimos una relación de interdependencia y no de dependencia emocional. Es decir, no dependemos de la otra persona, no vinculamos nuestra felicidad o infelicidad a las variaciones del estado de ánimo del otro, no subordinamos nuestros objetivos a los deseos de la otra persona.

Vale aclarar que en una relación de pareja, es normal que nos sintamos tristes si la otra persona no se encuentra bien, o que cambiemos algunos de nuestros objetivos para lograr una meta común. Sin embargo, la persona dependiente emocionalmente vive exclusivamente por y para el otro, creando una relación enfermiza a la cual no puede aportar nada.

Al contrario, quien es autónomo emocionalmente es capaz de aportar seguridad y estabilidad a una relación, enriquece la pareja porque no se anula ni intenta anular al otro.

FRUSTRACIÓN...

Me atrevería a jurar que no existe persona que no haya conocido la frustración, al menos en el mundo occidental donde, a veces, es como si se hubiera convertido en una indeseada compañera de viaje. Pero… ¿qué es la frustración en realidad?

La frustración aparece cuando no conseguimos realizar nuestros proyectos, sueños, metas, deseos… o simplemente cuando no logramos llevar a buen término una actividad. De hecho, la frustración es común en los niños ya que estos a menudo se encuentran con obstáculos debidos al escaso desarrollo de sus habilidades que les impiden terminar con éxito la tarea en la cual estaban inmersos.

Desde esta perspectiva podemos comprender que la frustración es un sentimiento negativo provocado por el deseo de hacer algo o lograr algo y la imposibilidad de conseguirlo. Comprendida de esta manera, podríamos decir que la frustración es una reacción natural (que no es sinónimo de sana). Es decir, es perfectamente comprensible que nos sintamos frustrados si después de un año de estudio no pasamos el examen.

Sin embargo, el problema no es la emoción en sí sino lo que hacemos con ella. Si no aprendemos a manejar la frustración esta se apodera de nuestras vidas y las convierten en un verdadero infierno de desesperanza, amargura, resentimiento y todas las otras emociones negativas que quieras añadir.
No obstante, lo peor no es tan siquiera que nos sintamos tan mal sino que la frustración genera muchas dudas. Primero comenzamos preguntándonos si “¿lo lograré la próxima vez?”, después pasamos a una afirmación dubitativa “quizás fracase de nuevo” para terminar con una rotunda afirmación que pone fin a nuestros sueños y nos sume en el inmovilismo total “no lo lograré, soy un fracasado”.

De hecho, este es el mayor problema de la frustración: genera una falta de motivación y fomenta una autoimagen negativa y de escaso valor convirtiéndose en una profecía que se autocumple. Es decir, si pensamos de antemano que vamos a fracasar en un proyecto, tendremos más posibilidades de fracasar porque asumiremos una actitud derrotista.

¿Cómo salir de este círculo vicioso? ¿Cómo superar la frustración?


La respuesta está en la aceptación. Básicamente, una persona frustrada es una persona que tiene muchas cuentas pendientes con su pasado y que tiene poco conocimiento de sí mismo, o que se conoce pero no se acepta.

La aceptación a la que me refiero es algo muy profundo, no es una aceptación a nivel lógico y racional sino a nivel emocional. Por ejemplo, de seguro sabes qué pasaría si no consigues terminar lo que te propones, conoces todas las posibilidades pero no las aceptas. Porque una cosa es conocer y otra muy diferente aceptar a nivel emocional.

Por tanto, en vez de preguntarte ¿qué sucedería si no lo consigo?, pregúntate: ¿puedo vivir sin lograr lo que me propongo?, ¿existen otros caminos para encontrar la felicidad? y ¿cómo me afecta emocionalmente no lograr mi meta? Solo entonces comenzarás a aceptar la aparente derrota.

Por otra parte, también es importante que aprendamos a aceptar nuestras limitaciones. Porque es importante esforzarse por lograr un objetivo pero llega un punto en que también es necesario abandonar o, si se prefiere, replantearnos nuestras metas adoptando una perspectiva más realista.

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

La dependencia emocional se convierte en un problema cuando la persona pretende llenar el vacío de su vida con su pareja, cuando deja de tener objetivos y se concentra única y exclusivamente en la relación. En este punto se crea una relación enfermiza, tanto para quien recibe las atenciones como para quien las da.

Detectar la dependencia emocional es muy sencillo, siempre que no nos autoengañemos. Los signos más evidentes son:

- Cuando la persona tiene una necesidad casi enfermiza de estar con su pareja puesto que no tolera la soledad.

- Cuando necesita aprobación constante de su pareja y los demás mostrando un miedo desmedido ante el rechazo social.

- Cuando su autoestima se encuentra por los suelos, normalmente debido a que esta persona suele anular su individualidad para satisfacer los deseos del otro.

La buena noticia es que la dependencia emocional se puede superar.

EMOCIONES Vs RAZÓN

Todos en algún que otro momento de la vida hemos tenido que tomar decisiones difíciles, quizás decisiones que jamás hubiésemos querido tomar. En este punto usualmente nos debatimos entre dos opciones: ¿nos dejamos llevar por lo que sentimos o decidimos basándonos en los aspectos racionales de la situación? A veces es posible encontrar un punto medio entre lo que nos sugieren nuestras emociones y lo que indica la lógica. En otras ocasiones es imposible. Entonces… ¿qué hacemos? ¿cómo tomar decisiones de este tipo?

Un estudio muy reciente, desarrollado por psicólogos de la Universidad DePaul en Chicago nos muestra algunas conclusiones inesperadas: dejarnos llevar por las emociones no es una opción tan negativa como muchos piensan.

Estos investigadores le pidieron a los participantes que tomaran numerosas decisiones, relacionadas con la compra de un coche, la elección de apartamentos, el destino para irse de vacaciones e incluso los tratamientos médicos. Para simular las situaciones de la vida real, no se le brindaron todas las informaciones pertinentes sobre las diferentes opciones, de forma que los participantes conocían algunos detalles. De esta manera se creó una situación de incertidumbre, bastante similar a la que vivimos cotidianamente.

Después que las personas tomaban su decisión (de forma intuitiva y dejándose llevar por las emociones o de manera racional y lógica, analizando los detalles), se le brindaban más detalles sobre las opciones y se establecían los beneficios de la decisión tomada.

Así, pudo apreciarse que quienes tomaban decisiones basándose en sus emociones usualmente obtenían mayores beneficios que aquellos que elegían basándose en los aspectos racionales de la situación. Por ejemplo, en uno de los experimentos solo el 26% de las personas que pensaron de manera racional focalizándose en los detalles, brindaron una respuesta ventajosa a largo plazo. Por otra parte, el porcentaje de decisiones ventajosas aumentó al 68% entre quienes se dejaron llevar por sus sentimientos.

No obstante, esta técnica demostró ser muy efectiva cuando se debían tomar decisiones rápidas y no se contaba con muchos detalles sobre las diferentes opciones. Sin embargo, los resultados se invirtieron cuando se repitió el experimento brindándole más tiempo a los participantes para que tomaran la decisión. Es decir, cuando se puede tomar una decisión con calma, es mejor pensar.

Entonces… ¿a qué se deben estas diferencias? ¿Por qué las emociones pueden ser más eficaces en una situación y no en otra?

Los investigadores especulan que cuando debemos tomar decisiones rápidas, nuestra mente lógica no es muy buena consejera ya que nuestra atención tiende a focalizarse en detalles que son intrascendentes. Sin embargo, nuestro inconsciente realiza un rápido periplo por nuestras experiencias y conocimientos anteriores y extrae rápidamente una conclusión que se expresa a través de lo que denominamos en el lenguaje popular corazonada o intuición.

En otras palabras, nuestra mente lógica necesita tiempo para pensar. El proceso de análisis, comparación y generalización consume tiempo por lo que no siempre podemos encontrar la mejor solución en un tiempo corto. Al contrario, el inconsciente sería mucho más rápido.

No obstante, el inconsciente no es infalible. Por eso cuando tenemos más tiempo, aplicar la lógica y llegar a la esencia del problema nos brindaría una decisión mejor.

LAS OFENSAS DAÑAN...

Puede que las ofensas no estén a la orden del día en tu jornada cotidiana pero lo cierto es que, alguna que otra vez, todos hemos sido víctimas de ellas. Casi siempre llegan de la mano de personas que se comportan de una manera ruda, que cruzan la línea de la cortesía y que te agreden, a veces sin motivo, otras veces porque han mostrado una reacción exagerada ante algo que hemos dicho o hecho. ¿Cómo lidiar con estas personas? ¿Cómo enfrentar las ofensas?

El primer paso para enfrentar las ofensas consiste en comprender que se trata de una percepción personal; es decir, nos sentimos ofendidos cuando pensamos que alguien ha cruzado la línea imaginaria que hemos trazado. Esto significa que lo que para alguien puede ser una grave ofensa, para otro puede pasar del todo desapercibida.

Decimos que alguien nos ofende cuando esa persona ha traspasado la barrera que hemos trazado, cuando nos recrimina sin motivo aparente o cuando ataca nuestro “yo”. No obstante, también podemos sentirnos ofendidos si ataca a alguien que queremos o incluso si arremete contra una posesión preciada. Hay gente que puede sentirse ofendida si le decimos que no nos gusta la decoración de su casa o que su perro no está bien educado. En fin, hay sensibilidades y sensibilidades, y lo que pretendo decir es que no podemos sentirnos ofendidos cada vez que una persona emite una opinión. Recuerda que todos tienen el derecho a expresar sus criterios siempre que respeten los tuyos.

Como decir esto es mucho más fácil que hacerlo, te propongo un ejercicio muy sencillo. Imagina que eres un niño pequeño, de apenas dos años, y quieres un helado. Quieres comerte ese helado ahora mismo, sin dilaciones. Hasta imaginas su textura, aroma y sabor.

Sin embargo, tus padres no te lo dan. ¿Qué harás? Seguramente llorarás y quizás hasta tendrás una rabieta porque ahora mismo, todo tu mundo se reduce a ese helado.

Ahora, una vez que has experimentado todas esas emociones negativas, ¡crece! Es decir, vuelve a tu “yo” real y date cuenta de que eres un adulto y ese helado no es sino un detalle minúsculo en un mundo inmenso, ese helado no es tu mundo y no tiene por qué generarte esa cantidad de emociones negativas.

Ahora imagina que la ofensa es ese helado. ¿Por qué tendrías que enfadarte y sentirte mal por culpa de ellas? ¿Acaso tu mundo es tan restringido como el de un niño de dos años? No lo creo. En ese caso, simplemente deja pasar la ofensa. No digo que no debas decir lo que sientes, si es necesario, sino que no debes dejar que incida en tus emociones, no debes dejar que te haga perder la calma. Al fin y al cabo, no vale la pena.

LAS OFENSAS DAÑAN...

Puede que las ofensas no estén a la orden del día en tu jornada cotidiana pero lo cierto es que, alguna que otra vez, todos hemos sido víctimas de ellas. Casi siempre llegan de la mano de personas que se comportan de una manera ruda, que cruzan la línea de la cortesía y que te agreden, a veces sin motivo, otras veces porque han mostrado una reacción exagerada ante algo que hemos dicho o hecho. ¿Cómo lidiar con estas personas? ¿Cómo enfrentar las ofensas?

El primer paso para enfrentar las ofensas consiste en comprender que se trata de una percepción personal; es decir, nos sentimos ofendidos cuando pensamos que alguien ha cruzado la línea imaginaria que hemos trazado. Esto significa que lo que para alguien puede ser una grave ofensa, para otro puede pasar del todo desapercibida.

Decimos que alguien nos ofende cuando esa persona ha traspasado la barrera que hemos trazado, cuando nos recrimina sin motivo aparente o cuando ataca nuestro “yo”. No obstante, también podemos sentirnos ofendidos si ataca a alguien que queremos o incluso si arremete contra una posesión preciada. Hay gente que puede sentirse ofendida si le decimos que no nos gusta la decoración de su casa o que su perro no está bien educado. En fin, hay sensibilidades y sensibilidades, y lo que pretendo decir es que no podemos sentirnos ofendidos cada vez que una persona emite una opinión. Recuerda que todos tienen el derecho a expresar sus criterios siempre que respeten los tuyos.

Como decir esto es mucho más fácil que hacerlo, te propongo un ejercicio muy sencillo. Imagina que eres un niño pequeño, de apenas dos años, y quieres un helado. Quieres comerte ese helado ahora mismo, sin dilaciones. Hasta imaginas su textura, aroma y sabor.

Sin embargo, tus padres no te lo dan. ¿Qué harás? Seguramente llorarás y quizás hasta tendrás una rabieta porque ahora mismo, todo tu mundo se reduce a ese helado.

Ahora, una vez que has experimentado todas esas emociones negativas, ¡crece! Es decir, vuelve a tu “yo” real y date cuenta de que eres un adulto y ese helado no es sino un detalle minúsculo en un mundo inmenso, ese helado no es tu mundo y no tiene por qué generarte esa cantidad de emociones negativas.

Ahora imagina que la ofensa es ese helado. ¿Por qué tendrías que enfadarte y sentirte mal por culpa de ellas? ¿Acaso tu mundo es tan restringido como el de un niño de dos años? No lo creo. En ese caso, simplemente deja pasar la ofensa. No digo que no debas decir lo que sientes, si es necesario, sino que no debes dejar que incida en tus emociones, no debes dejar que te haga perder la calma. Al fin y al cabo, no vale la pena.

¿Qué hacer cuando alguien intenta amargarte el día?



En este punto habrás comprendido que cuando una persona intenta atacarte o amargarte el día, es porque acarrea consigo un pesado fardo emocional del cual intenta deshacerse. Sin embargo, la buena noticia es que puedes decidir si hacerte cargo de estas emociones negativas o, al contrario, pasar de ellas.

De seguro ahora mismo estás recordando a algunas personas con las cuales te relacionas con frecuencia y que se comportan como “camiones de basura”. En realidad, ese es el primer paso para evitar que te arruinen el día porque una vez que has individuado quiénes son estas personas podrás mantenerte atento a sus comportamientos e impedir que descarguen sobre ti todos sus problemas. Ya sabemos que guerra avisada no mata soldados. 

Y lo mismo vale para los programas de televisión que te arruinan el día, esos que normalmente te sacan de tus casillas porque las personas gritan y se atacan entre sí. Sería conveniente que los catalogaras como “camiones de la basura” y los evitarás.

Cuando estas personas intenten descargar su basura emocional sobre ti, respóndeles sin perder la calma, con ecuanimidad y sin alzar la voz. Es difícil, sobre todo las primeras veces, pero poco a poco irás cogiéndole el gusto y te saldrá de manera tan natural que te preguntarás cómo es que antes te enfadabas por cosas tan intrascendentes.

viernes, 27 de diciembre de 2013

SOLO POR HOY

UNIVERSAL

SON COSAS DE LA VIDA...

HOY...

PENSAMIENTO PARA HOY

ACEPTACIÓN...

VIVE LA VIDA INTENSAMENTE

SABIDURÍA......

LA PAGINA

PENSAMIENTO PARA HOY...

PARA MEDITAR....

VIVE EL PRESENTE

Aprende a decir no


Lo tenía claro… sabía que le iba a decir que no… y justo en el último momento… dije sí. ¿Cuántas veces el otro te ha dado “la vuelta a la tortilla”? Saber decir ‘no’ y establecer nuestros propios límites personales puede parecer una tarea sencilla, pero lo cierto es que no lo es. Sin embargo, aprender a hacerlo supone la clave del éxito de nuestras relaciones interpersonales.
Con nuestros amigos, familia y pareja, y mucho más aún en el trabajo, es importante dejar claro qué es lo que estamos dispuestos a hacer y qué no, con el fin de que los otros puedan conocer nuestros límites y actuar en consecuencia. Es por ello que la ausencia de esta habilidad puede traer consigo importantes problemas personales e interpersonales. 
¿Por qué cuesta tanto decir no?
Decir que no es una habilidad que nos facilita establecer nuestros límites personales, permitiendo que los demás conozcan lo que estamos o no dispuestos a hacer. Al ser una habilidad, se trata de un comportamiento aprendido, si bien es cierto que existen determinadas características de personalidad que pueden facilitarnos dicho aprendizaje. Así por ejemplo, los individuos extrovertidos a los que les gusta relacionarse con muchas personas suelen adquirir más fácilmente esta habilidad que aquellos que son introvertidos.
Pero, dejando a un lado las características de personalidad, ¿por qué nos cuesta tanto “decir no” a los demás? Te explicamos los principales motivos que pueden influir a una persona para que adopte este comportamiento:
  • Elevada deseabilidad social: en muchas ocasiones buscan complacer al otro, por lo que dicen que sí o dejan violar sus propios derechos personales porque creen que es lo que se espera de ellos. 
  • Facilidad para sucumbir a la presión de otra persona o grupo: como consecuencia de lo anterior acaban haciendo aquello que las otras personas desean. Por ello, la ausencia de esta habilidad es especialmente peligrosa en los adolescentes en lo que al consumo de drogas se refiere. 
  • Falta de asertividad: son incapaces de expresar de manera adecuada aquello que piensan. Por ello, aunque crean que deben decir que no, no se atreven a hacerlo o, cuando lo hacen, no resultan convincentes. 
  • Experiencias negativas previas: es posible que en algún momento hayan intentado decir que no, o establecer sus límites, y les hayan respondido de una manera inadecuada o hayan sufrido consecuencias negativas importantes. Por lo tanto, a partir de estas experiencias pueden aprender a “decir sí” para evitar las repercusiones que podría tener su negativa.
  • Baja autoestima: en muchos casos es la causa (“no valgo nada como para negarme”), y en muchas otras también es una consecuencia, ya que las personas que no saben decir que no se sienten inferiores a los demás por no verse capaces de establecer límites respecto a ellos. 
  • Miedo al rechazo o a una evaluación negativa: para ellos es importante que los demás les acepten y no les evalúen negativamente. Creen que si se muestran de acuerdo con todo lo que el otro les propone tendrán menos posibilidades de ser rechazados y, por el contrario, serán “más queridos”, y se les aceptará con facilidad. 
  • Temor a las consecuencias que imaginan que podría tener su negativa. En algunas ocasiones no temen tanto el rechazo de los otros como el hecho de que su negativa implique determinadas consecuencias; por ejemplo, un despido.  

Miedo a la intimidad en pareja


Si en algo se diferencia esencialmente una pareja de un buen amigo es en esos momentos de intimidad que hacen de la relación de pareja algo distinto a cualquier otro tipo de relaciones. Esos encuentros suponen una importante fuente de refuerzo que hace que la pareja se mantenga unida. Sin embargo, hay personas que evitan estos momentos de intimidad de una manera constante. Para ellos, las relaciones sexuales, lejos de suponer un aliciente para unirse más o seguir con su pareja, suponen un malestar intenso que hace que, en muchas ocasiones, se cuestionen seguir adelante con la relación. ¿Por qué aparece este miedo a la intimidad en pareja?
El miedo a la intimidad en la pareja se define como un temor persistente, caracterizado por elevados niveles de ansiedad, ante situaciones en la que el sujeto debe interaccionar de forma íntima con su pareja. Habitualmente este miedo suele aparecer especialmente ante situaciones de interacción sexual, pero en casos más acusado puede aparecer también en situaciones donde el afectado crea (o anticipe) que es el momento de mantener una interacción sexual, o simplemente en donde deba estar a solas con su pareja expresando su afecto.
El malestar causado por los elevados niveles de ansiedad hace que comúnmente la persona evite las situaciones de intimidad con su pareja, escape de ellas (poniendo excusas, disminuyendo el tiempo de interacción…), o bien las soporte con un alto nivel de malestar que impide la interacción íntima propiamente dicha o que esta sea satisfactoria.

Cómo se manifiesta el miedo a la intimidad en pareja

La forma en la que se experimenta este miedo queda manifestada a nivel de tres sistemas de respuesta:
  • Sistema de respuesta cognitivo: la persona centra su atención en el malestar y no en el disfrute de la interacción con su pareja. Esto hace que asuma el rol de espectador, lo que produce una constante autoobservación de su comportamiento. Dentro de este tipo de manifestaciones se incluyen también los “debería…”, acerca de qué es lo que debería estar sintiendo o haciendo; los “y si…”, sobre lo que pueda ir mal; las lecturas de pensamiento acerca de lo que su pareja pueda esta pensando (“seguro que no le gusta mi físico”“se está dando cuenta de que estoy tensa”), etcétera. Todas estas reacciones aumentan el nivel de ansiedad de la persona que lo padece, por lo que son incompatibles con el desarrollo normal de la respuesta de interacción especialmente sexual y en algunos casos también de la afectiva.
  • Sistema de respuesta fisiológico: las funciones del sistema nervioso autónomo simpático se incrementan debido a la percepción de amenaza o ansiedad. Ejemplo de ello son el aumento de la frecuencia respiratoria, el incremento de la sudoración o la tensión muscular entre otras. La activación de estas respuestas puede provocar dolores en las relaciones sexuales o dificultar el desarrollo de algunas fases como la excitación o el orgasmo.
  • Sistema de respuesta motor: nos referimos aquí a aquello que la persona hace o deja de hacer antes, durante y después de la interacción íntima. Ejemplos de estas manifestaciones son las evitaciones de las mismas, taparse ciertas partes del cuerpo, apagar la luz, mostrarse distante ante las mismas, etcétera.

El sentimiento de culpa


El sentimiento de culpa es considerado como una emoción negativa que, si bien a nadie le gusta experimentar, lo cierto es que es necesaria para la correcta adaptación a nuestro entorno. Muchos autores coinciden en definir la culpa como un afecto doloroso que surge de la creencia o sensación de haber traspasado las normas éticas personales o sociales especialmente si se ha perjudicado a alguien.
La culpabilidad, por tanto, surge ante una falta que hemos cometido (o así lo creemos). Su función es hacer consciente al sujeto que ha hecho algo mal para facilitar los intentos de reparación. Su origen tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral, que se inicia en nuestra infancia y que se ve influida por nuestras diferencias individuales y las pautas educativas.
Existen personas que confunden esta emoción con la vergüenza, incrementando su malestar emocional, ya que al mezclar ambos sentimientos se retroalimentan entre sí. Mientras que la culpa aparece ante el dolor por el daño causado, la vergüenza se experimenta cuando nos percibimos con la falta de una habilidad o capacidad que se presumía deberíamos tener.

Radiografía de la culpa

Para entender la culpa hay que conocer cuáles son sus elementos:
  • Acto causal, real o imaginario.
  • Percepción y autovaloración negativa del acto por parte del sujeto, mala conciencia.
  • Emoción negativa derivada de la culpa, remordimientos.
La combinación de estos elementos puede dar lugar a dos tipos de culpa:
  • Culpabilidad sana o manifiesta: aparece como consecuencia un perjuicio real que le hemos causado a alguien. Su utilidad reside en ayudarnos a respetar las normas y a no perjudicar a los demás. La culpa funciona aquí como un castigo cuando no las cumplimos.
  • Culpabilidad mórbida: no ha existido ninguna falta objetiva que justifique dicho sentimiento. A diferencia de la anterior, este tipo de culpabilidad es destructiva y no nos ayuda a adaptarnos al medio. Cuando la culpa no funciona bien (no cumple su función adaptativa) puede ocurrir por exceso (relacionada con alteraciones psicopatológicas como la depresión) o por defecto (asociada con elevados niveles de perfeccionismo).

RECONOCIENDO...

PIENSA....

REFLEXIÓN

miércoles, 25 de diciembre de 2013

ALGO MUY ESPECIAL....

ASÍ SOMOS.....

ES IDEAL...

ACEPTANDO

LOS DESEOS.....

ES EL DÍA IDEAL...

POR SIEMPRE...

HOY...

VIVE FELIZ