martes, 16 de diciembre de 2014

El perdón....


El perdón es la única posibilidad de recuperar la verdadera visión de saber quien es en realidad
el ser humano: seres que necesitan del amor, que están hechos de amor y por amor, y cuyo aprendizaje es el fin último de esta vida. El perdón es la única vía de aprender las lecciones importantes de la vida, así como la única manera de recuperar los valores mas elevados como seres humanos que son: la comprensión, la tolerancia y la aceptación.

domingo, 2 de febrero de 2014

CON AMOR....

DECLARACIÓN...

Los hijos adultos de alcohólicos son sumamente leales y comprometidos, aun con quien no lo merece.



Considero que el hogar de los alcohólicos es un sitio de mucha lealtad,
pues los familiares aprendemos a cuidar y a proteger al alcohólico. Este
aprendizaje me ha permitido permanecer mucho tiempo en relaciones,
que más valdría que hubieran terminado. En mi juventud, cuando a
alguien le interesé lo suficiente para formar una relación estable conmigo,
llámese pareja o amigo, existió siempre en mí un sentimiento de
agradecimiento y de vinculación, que me hizo experimentar una especie
de obligación a permanecer con esa persona para siempre. En mi
matrimonio, no importaba lo que mi marido hiciera o dijera; si me trataba
mal, yo disculpaba su comportamiento y hasta me sentía culpable.
Posiblemente por mi necesidad de seguridad, me prendía de lo conocido,
aunque fuera malo.

Por otra parte, en mi infancia no aprendí gran cosa de lo que significa
tener una buena relación, pues entre mis padres siempre hubo el que
manda y el que obedece. Así es que me las arreglé como pude y me
quedé siempre con lo que tenía, sin considerar en mucho tiempo si
merecía aspirar a algo diferente. Frecuentemente me enganché mediante
el sentimiento de culpa y tardé mucho en darme cuenta de que esa
relación no valía la pena.

Los hijos adultos de alcohólicos corren el peligro de desarrollar adicciones, convertirse a su vez en alcohólicos, en neuróticos, o por lo menos, en cónyuges de alcohólicos.



Los estudiosos de la enfermedad del alcoholismo, no han podido ponerse
de acuerdo si hay influencia del entorno, de los genes o una combinación
de ambos, pero todos absolutamente apoyan el anterior enunciado. Por
fortuna, personalmente no desarrollé el alcoholismo, pero sí otras
adicciones como el fumar y el comer compulsivo, tal vez como
compensaciones ante el sufrimiento.

Como he mencionado antes, con todas las experiencias vividas en mi
hogar, aprendí a no confiar, a no pedir, a no expresar mis sentimientos y
desde mi más tierna infancia me protegí contra el dolor evitando sentir y
llorar. Admitiendo que a esta difícil tarea me ayudaron tanto mi fantasía,
como mi exceso de trabajo, no puedo dejar de constatar el papel
sustitutivo de mi afición a comer demasiado. Desde niña aprendí que
comiendo dulces, panes y chocolates no se sufre y que la comida ayudaba
para no tocar tristeza. Recuerdo la ilusión que me causaba comer a diario,
al salir de la escuela dos barquillos de mamey y cómo me consolaban en
mis tardes solitarias los dulces que me compraba con el peso que me
daban para gastar. Desde niña fui gorda y creo que mi grasa corporal ha
sido la muestra visible de mi escudo contra el sufrimiento. Ser gorda ha
sido la coraza con la que me he enfrentado a la dureza de la vida. Por lo
mismo, en la adolescencia aprendí a fumar, adicción que me ha resultado
una manera cómoda de librarme de la tensión y la ansiedad.

Los hijos adultos de alcohólicos son sumamente responsables, o bien muy irresponsables.



Personalmente se me da mucho más lo primero, que lo segundo. En mi
vida yo me encargo de todo o renuncio a todo, no hay punto intermedio.
Cuando era niña, trataba de complacer a mis padres haciendo mucho más
de lo que se me pedía, y como no tuve a mi alrededor un modelo de
familia en el que todos colaboraran al logro de tareas u objetivos comunes,
tiendo a hacer todo por mi misma, o bien, nada.

Por otro lado, cuando me comprometo, no soy consciente de mis propias
limitaciones y puesto que decir que “no” es para mí extraordinariamente  88
difícil, trato de hacer “más y más y más”. Esto es así porque no tengo un
sentido realista de mi capacidad y porque, igual que como pasaba en mi
casa, creo que haciendo mucho, me aprobarán, me aceptarán y me
querrán… Siempre dando más de lo que me piden y haciendo más de lo
que me toca, me parece como si tuviera la fijación de tener que responder
obligatoriamente a todo. A pesar de que sé que la gente muy responsable
tiende a ser explotada, constantemente me veo ofreciendo lo que no me
piden y resintiéndome porque ni siquiera me lo agradecen.

Paradójicamente me parece que en otros aspectos, en los que debería ser
especialmente cuidadosa, soy muy irresponsable. No me preocupa mi
cuerpo, ni mi salud, ni mi descanso. A veces, me siento tan bloqueada,
cansada, agotada que entonces decido no ir a trabajar. En este desorden
vital, cuando tengo demasiado trabajo, me pongo histérica y como ajuste
creativo, pierdo el tiempo en ir de un lado para otro, o me distraigo en
cosas que no son urgentes y, aunque tenga mucho trabajo, me evado
platicando por teléfono o me voy al supermercado, perdiendo horas y
horas...

Los hijos adultos de alcohólicos se sienten diferentes de otras personas.



Los hijos adultos de alcohólicos nos sentimos diferentes a otras personas,
aunque en realidad no lo seamos tanto. La sensación de ser diferente ha
estado conmigo desde la niñez y el sentimiento sigue ahí, aunque las
circunstancias sean distintas.


Por mi baja autoestima, siempre me sentí aislada, diferente de las demás
niñas y casi incomprendida. Siempre temí que los demás me criticaran,
que descubrieran “cosas malas de mí” por lo que aprendí a no expresar lo
que pensaba y menos aún lo que sentía. Es más, creo que ni yo misma
identificaba mis sensaciones, sentimientos o necesidades.

En cierta forma, al sentirme diferente, me aislé y no desarrollé las
habilidades necesarias para sentirme parte de un grupo. Cuando era niña
me abría paso en un grupo regalando mis juguetes o prestando mis cosas;
hoy me descubro abriéndome camino tratando de agradar y caer bien,
siendo simpática, “buena onda” y muy servicial. Estas actitudes me siguen
funcionando como anzuelo para ser aceptada, pese a que lo más común
sea que me sienta aislada.

También he sido “diferente” respecto a lo que pido de la gente con la que
he decidido relacionarme de cerca. Por lo general, elijo gente de la cual yo
me hago una imagen irreal: brillantes, encantadores, amables y, sobre
todo, los de espíritu altruista. Las personas bravuconas, agresivas, o
impositivas me asustan y hasta inconscientemente me alejo de ellas,
seguramente porque me recuerdan la relación con mi madre.

De adolescente también fui diferente, pues mientras mis compañeras
escogían a los hombres más guapos, yo, con cierto espíritu de “Cruz Roja”
elegía a los más “feítos”, a los menos populares, con toda seguridad porque
internamente no me creía merecedora de que los hombres atractivos se
fijaran en mí y no quería ser rechazada. Ciertamente a los hijos adultos
de alcohólicos nos resulta difícil creer que podemos ser aceptados por lo
que somos, sin que ello tenga que ganarse. Derivado de lo anterior, el
sentirme diferente y un poco aislada, ha sido parte de la máscara bajo la
cual he ocultado mi miedo a relacionarme con los demás.

Los hijos adultos de alcohólicos constantemente tratan de obtener aprobación y afirmación.



Creo firmemente que las condiciones que llevan a un niño a considerarse
una persona de valía radican en la calidez paternal, los límites claramente
definidos y en el respeto incondicional. De estas tres condiciones para la
autoestima, sólo conocí la segunda, pero tampoco considero que los límites
exagerados en los que viví hayan contribuido a mi crecimiento sano.

Siempre fui una niña solitaria que me entretenía tejiendo, resolviendo
crucigramas y obsesionada por hacer mis trabajos y tareas escolares con
mucha perfección, pues dada mi baja autoestima, muy pronto descubrí
que la única moneda con la que podía ganar cierta aprobación y
reconocimiento por parte de mi madre, era con mi aplicación en la  86
escuela. Ella nunca valoró mis cualidades, mi inteligencia o mi bondad y
menos apreció mis sentimientos, mis gustos o mis amistades; solamente
mis medallas y mis dieces. Desde allí aprendí a creer que los demás sólo
me apreciarían si era aplicada, bondadosa y complaciente. Por tanto, mi
actitud siempre se ha orientado a ganarme la atención y el cariño de los
otros a través de ser muy servicial, muy eficiente, muy adaptable, muy
educada, muy comprensiva y muy sacrificada.

Como los hijos de alcohólicos constantemente buscamos apoyo y
aprobación en otras personas, paradójicamente cuando nos lo dan no
parece que sepamos aprovecharlo. Como los mensajes que recibí de niña
eran contradictorios, me parece que fui programada para no confiar y
para creer que lo que se dice no es necesariamente lo que se piensa. Así,
cuando alguien me ha ofrecido ayuda, apoyo y aliento, me ha costado
mucho trabajo reconocerlo, creerlo, aceptarlo y aprovecharlo. En forma
complementaria, busco reconocimiento de los demás porque me es difícil
obtener autoapoyo y sentirme contenta por lo que hago bien. Igual que mis
padres, siempre ando buscando el “pero”…Casi siempre pongo más énfasis
en lo que hago mal que en mis logros y éxitos.

Como parte de mi inseguridad, me dejo llevar por el pánico y
constantemente hago fantasías catastróficas que pronostican desastres,
ante situaciones en las que –por el contrario- todo el mundo me predice
éxito. La gente me dice: ¡Claro que puedes! Pero yo, por dentro, me digo:
Algo va a fallar, no me creo capaz.

En el mismo sentido, cuando logro algo, considero que esto tiene que ver
con la casualidad, o con mi buena suerte. Frecuentemente desestimo mis
logros diciendo: “Fue muy fácil”, “No es algo tan importante”, “No vale
mucho”, “Cualquiera podría hacerlo.” Esto no lo digo por adoptar una
postura humilde, sino que de verdad lo pienso. Quizá se deba a que es
más seguro mantener una imagen negativa de mí misma, que aceptar
alabanzas por ser competente, pues significaría cambiar la manera como
me veo a mí misma y eso me resulta desconocido y amenazante.

Los hijos adultos de alcohólicos reaccionan exageradamente ante estímulos y ante situaciones sobre las que no tienen control.



Esto es muy fácil de comprender. Los hijos pequeños de alcohólicos no
tuvimos dominio sobre nada; no se nos tomó en cuenta. A fin de
sobrevivir, necesité desde pequeña resolver sola mis problemas y hacerme
cargo de muchas de mis necesidades. Por eso, aprendí a confiar sólo en
mí misma, en mis habilidades y en mi responsabilidad y, en cierta medida,
a desconfiar de los demás. Como consecuencia, tiendo a considerar que
mi punto de vista es el más adecuado y a tomar bajo mi control todas las
situaciones en las que puedo intervenir. Existe, sin duda, un cierto temor
de que si yo no las tomo bajo mi responsabilidad, las cosas saldrán mal.
De este modo, quiero que todo se haga justo como yo digo, por lo que me
percibo frecuentemente rígida y controladora.

En relación con el segundo punto, reacciono exageradamente ante
frustraciones menores, perdiendo el control debido. Por simples tonterías,
como no encontrar una cosa en su lugar, me salgo de mis casillas y me
pongo furiosa. En el mismo sentido, me cuesta mucho trabajo que algo me
haga cambiar de planes, o ser tolerante con las fallas de los demás; un
incidente sin importancia es la gota que derrama el vaso y me torno
descontroladamente iracunda, muy seguramente porque estas situaciones
me hacen evocar el dolor que sufrí de niña y la ira reprimida durante esa
época, ante desilusiones o castigos injustos.

Los hijos adultos de alcohólicos se toman demasiado en serio a sí mismos y les cuesta trabajo divertirse.



En mi infancia, no me divertí mucho. Viví como “ en un trauma crónico”.
La vida era un asunto muy serio y amenazador. Es cierto que muchos días
transcurrían normalmente y jugaba con mis amigos o con mi hermano,
pero existía siempre en el horizonte una nube negra, un acecho incierto
en el ambiente, que ponía freno a mi alegría infantil. ¿Cuándo volverá a
tomar mi padre?


En mi casa no había mucho espacio para la diversión y renuncié muy
temprano a ella. Sencillamente, el niño espontáneo que había en mi
interior fue acallado, pues me vi presionada desde muy pronto, a ser
responsable y portarme como persona mayor. Hoy, en mi vida adulta,
tampoco me doy muchas oportunidades de divertirme e incluso critico a
las personas que hacen bromas y se comportan menos seriamente,
aunque sean adultas. Sin embargo, a veces las envidio y quisiera ser
como ellas. Para mí, la vida sigue siendo un asunto muy serio y por mi
inseguridad crónica, lo peor que puede pasarme es arriesgarme a ser
criticada, o a hacer el ridículo.

Tomo muy en serio mis responsabilidades y trabajos, a veces hasta a
costa de mi bienestar personal; sin embargo, cuando me doy la
oportunidad de relajarme, de descansar y de divertirme, sale mi niña
interior, alegre y espontánea y me doy cuenta que ha pasado mucho
tiempo reprimida y necesita ser descubierta y liberada. No cabe duda de
que tengo que recuperar en ciertos momentos la niña que casi nunca fui.

Los hijos adultos de alcohólicos se exigen con mucho rigor y se juzgan sin piedad.



 Cuando niña, nada de lo que hiciera era suficientemente bueno, a juicio
de mis padres; por mucho que lo intentara, siempre debía esforzarme más;
era constantemente criticada y siempre me sentía culpable e imperfecta.
Creo que si una persona escucha a menudo y durante un período largo
que no es como se espera que sea, termina creyéndoselo. En
consecuencia, absorbí las críticas como sentimientos condenatorios hacia
mí y aunque hoy ya nadie me las repite, esos sentimientos permanecen.
Considero que he mantenido por muchos años una imagen negativa de mí
misma, aun cuando tengo muchas evidencias que me sugieren lo
contrario. Casi nunca me perdono o, al menos, justifico y, si algo sale
mal, lo asumo como responsabilidad mía. Con frecuencia me digo: “quizá
no puse todo mi empeño” o “debí de hacerlo de otro modo”. Tiendo a
enjuiciar todo lo que hago, y en parte creo que se debe a que todo lo veo
en blanco o negro. Para mí, no hay medias tintas: o todo es bueno, o todo
es malo.
 
Exigirme y criticarme se volvió parte de mí: los “deberías “ y “no deberías”,
son los lentes con los que me he juzgado continuamente. Así como no
había manera de llegar a los niveles de perfección que me exigían en mi
infancia, hoy tampoco alcanzo nunca los niveles que yo misma me fijo.

Desde muy niña aprendí a cuidar demasiado las cosas, a ahorrar lo poco
que tenía, a ser previsora, a preocuparme demasiado por pasar inadvertida
y a no molestar a nadie. Casi nunca me permití enojarme y no aprendí a
defenderme de las agresiones de mis familiares o de mis compañeros;
siempre le he tenido pavor al conflicto por lo que normalmente lo he
evitado o tratado de disolverlo, aunque yo tenga que salir perdiendo.

Como fui tan criticada, no aprendí a aceptar tranquilamente mis
insuficiencias o limitaciones, ni a perdonarme por mis defectos. Por tanto,
siempre me he exigido demasiado y me he responsabilizado tanto de lo
que me corresponde como de lo que no. Por ello, al juicio implacable sobre
mi persona, va -por supuesto- aparejado un enjuiciamiento de los demás,
el cual no es, con mucho, tan duro como el que me aplico yo misma.
También para los demás uso el “negro o blanco”, “bueno o malo”. Qué
difícil me ha sido en la vida ponerme cómoda, relajarme, reconocer mis
errores, perdonarme mis fallas, ver mis logros, aceptarme como soy y
también aceptar a los demás como son.

En resumen, creo que mi mayor conflicto emocional, deriva del hecho de
que nunca fui niña, pues siempre estuve consciente de los problemas en
mi casa, muy preocupada por el alcoholismo de mi padre, por los pleitos
que se generaban entre mis padres y por la situación económica de mi
hogar. Estuve siempre demasiado absorta en mi y por otro lado,
preocupada por los demás, por lo que viví llena de ansiedad los años en
que niños en mejores condiciones se sienten protegidos, tranquilos y
felices.

Los hijos adultos de alcohólicos mienten aun cuando sería más fácil decir la verdad.



Mentir es esencial en un sistema familiar afectado por el alcohol en el cual
existe una negación declarada de realidades desagradables; un constante
ocultamiento de sentimientos, acompañado de encubrimientos, promesas
incumplidas e incongruencias; por ejemplo, recuerdo con tristeza algunas
Navidades en que mis hermanos y yo nos perdimos la esperada fiesta
familiar llena de alegría y regalos, en la casa de mis abuelitos, porque mi
padre había empezado a brindar desde temprano, y ya para esa hora
estaba muy pasado de copas y mi madre impedía que fuéramos a la fiesta
para no arriesgarse a pasar alguna vergüenza o zafarrancho familiar.
Avisábamos por teléfono que no asistiríamos, inventando que alguien
estaba enfermo, o que el coche estaba descompuesto; mis hermanos y yo,
llenos de coraje y resentimiento, nos metíamos a la cama y allí acababa la
Navidad.

En mi niñez y adolescencia, mentir se volvió para mí lugar común, ya que
me evitaba situaciones desagradables y me hacía la vida más cómoda,
pues me resultaba camino fácil para salirme con la mía y escabullirme de
mi casa, para irme con mis amigas y tener tiempo para hacer lo que me figura/fondo

complacía. Por lo demás, cada vez que me atrevía a decir la verdad o a dar
una respuesta franca, se me regañaba o criticaba; en poco tiempo aprendí
que decir la verdad era lo peor que podía hacer por lo que decidí que
mentir estaba bien, con la condición de ser lo suficientemente lista para
disimularlo. Eso hice y me las ingenié casi siempre para que no me
descubrieran.

Acostumbrada a un ambiente de negación, me engañé a mí misma
sosteniendo siempre que mi padre sólo era un “bebedor fuerte”, pero no
un alcohólico; que en mi casa todo estaba bien y que la nuestra era una
familia feliz. El alcoholismo de mi padre, negado en el seno familiar, podría
representarlo ahora con una metáfora. Era como si un gran cocodrilo
verde se hubiera instalado en medio de la sala; todos lo veíamos, todos lo
temíamos, pero nadie se atrevía a hablar de él, ni a reconocer cuánto
miedo le teníamos.

Criada en un ambiente de falsedad, en mi ser de adulto me ha costado
mucho enfrentar la verdad y no mentir en situaciones que involucran
temor, pérdida de prestigio o tener que confesar abiertamente algún error.
El mentir en mi vida adoptó muchas formas sutiles, no tanto en forma
de engaño a los demás, sino como un alejamiento de la verdad, en trampas
tales como mentirme a mí misma, negar la realidad y no reconocer ni
expresar mis necesidades y sentimientos.


Los hijos adultos de alcohólicos no saben cuál es el comportamiento “normal” y tienen que adivinarlo.



Crecí en un ambiente en donde un sentimiento de inseguridad me
acompañó siempre. No querer hacer frente a la realidad, fue el mayor
problema de mi hogar, afectado por el alcohol. Por ello, me es difícil
discernir con sano juicio qué me conviene. Desde niña, muchas veces he
tratado de adivinar lo que es apropiado. Como no tuve muchas referencias
sobre lo que era estar en un hogar normal, ni para saber qué estaba bien
decir o sentir, constantemente me cuestiono mis actuaciones,
sentimientos e ideas y tiendo a comportarme con extremo cuidado todo el
tiempo; me da miedo expresar lo que pienso pues temo comunicarme mal
y vivo con la sensación de estar equivocada.
 
Cuando era niña, no aprendí a resolver problemas; no aprendí cómo hacer
frente a los conflictos, ni a manejarlos y menos a resolverlos. En mi casa,
los problemas se evitaban, no se resolvían, por lo cual no aprendí a confiar
en mi sabiduría interna como guía para decidir cuál era la manera más
adecuada de comportarme, ni en la validez de mis sensaciones ni
sentimientos.

Hasta el día de hoy, cuando algo me incomoda, física o emocionalmente,
no identifico bien lo que es, y si llego a hacerlo, frecuentemente lo
desapruebo, o considero que, de alguna manera, estoy mal. Del mismo
modo, confundo la “normalidad” con la perfección, por lo que idealizo o
devalúo, admiro o desprecio, pero rara vez me ubico en lo “normal” pues
no sé bien lo qué es. Fomento fantasías acerca de mi “yo ideal” y de otras
personas “ideales” y todo esto hace que mi vida y mis relaciones sean
sumamente difíciles pues aspiro a ser “la madre perfecta”, “la amiga
perfecta”, “la profesionista perfecta”, y exijo a los demás que sean: “el
cónyuge perfecto”, “el amigo perfecto”, “las hijas perfectas” Puesto que
estas fantasías están condenadas al fracaso -porque no existen
comportamientos perfectos- paso mucho tiempo enjuiciándome a mí
misma o a los demás y me resiento porque la vida no funciona de acuerdo
con mis modelos y expectativas.

Las características de los hijos adultos de alcohólicos.


Aunque el sufrimiento se manifiesta de diferentes maneras, los hijos de
alcohólicos parecen tener en común una baja autoestima. No es de
sorprender, ya que, según Reynaud, quien realizó numerosos estudios con
adolescentes provenientes de familias donde existe el alcoholismo, los hijos
se desalientan fácilmente y frecuentemente se deprimen, se sienten
aislados, piensan que nadie los quiere y se consideran antipáticos.
Adicionalmente, tienen dificultades para expresar lo que piensan y más
aún, lo que sienten. No saben defenderse de las agresiones de otros ni
aceptar los defectos ajenos o propios. Están tan absortos en la conciencia
de sí mismos y en su ansiedad, que su capacidad de desarrollo emocional
y de realización se ve seriamente obstruida. (Reynaud, 1993, pág 3)

Janet Woititz, terapeuta norteamericana de hijos de alcohólicos refiere
que, en una investigación sobre autoestima en hijos de alcohólicos, se
demostró que “tienen una autoestima más baja en comparación con
chicos que no tienen ese problema, dado que la presencia sistemática de
condiciones como falta de respeto, de aceptación y de interés por parte de
personas significativas, influyen en la capacidad de sentirse bien consigo
mismos”… “esta falta de autoestima, no depende de la edad. Personas de
veintitrés años, de cincuenta o de doce, se ven a sí mismos esencialmente
de la misma manera. Puede cambiar su dedicación, su comportamiento, o
su actitud, pero no así la manera como se perciben a sí mismos”.
(Woititz, 1998, pag.18- 20)

Afirma la Dra. Woititz que los hijos adultos de alcohólicos repiten de uno o
de otro modo ciertas pautas y conductas generales derivadas de las
experiencias de su infancia. Estas características, reiteradamente
observadas por ella y reconocidas por los afectados, sea en terapia
individual o colectiva, le han permitido hacer un esbozo de las siguientes
características generales de este grupo:

a) Los hijos adultos de alcohólicos no saben cuál es el comportamiento
“normal” y tienen que adivinarlo. Les cuesta trabajo llevar un proyecto
a término.
b) Mienten cuando no es necesario y cuando sería igualmente sencillo
decir la verdad.
c) Se juzgan y se exigen con mucho rigor.
d) Se toman demasiado en serio a sí mismos y les cuesta trabajo
divertirse.
e) Les cuesta trabajo mantener relaciones íntimas.
f) Reaccionan exageradamente ante estímulos y ante situaciones sobre las  78
que no tienen control.
g) Constantemente tratan de obtener aprobación y afirmación.
h) Se sienten diferentes de otras personas.
i) Son sumamente responsables. O bien, muy irresponsables.
j) Son sumamente leales y comprometidos, aun con quien no lo merece.
k) Corren el peligro de desarrollar adicciones, convertirse a su vez en
alcohólicos, en neuróticos, o por lo menos, en cónyuges de alcohólicos.

CÓMO AFECTA EL ALCOHOLISMO A LA FAMILIA



El alcoholismo, conforme va avanzando, va deteriorando las diversas áreas
de la vida del alcohólico y desafortunadamente afecta en primera instancia
a aquellas personas más cercanas a él.

El alcoholismo se denomina “enfermedad familiar” en dos sentidos:
1. Existe una tendencia familiar para desarrollar la enfermedad del
alcoholismo. Los médicos han observado que en muchas familias hay más
de un enfermo alcohólico. Algunas investigaciones indican que puede
haber una tendencia genética hacia la enfermedad. Muchos alcohólicos
tienen hermanos o hermanas alcohólicos y a menudo, son hijos de
alcohólicos también. (Black, 1991, pág. 14). En mi familia, varios
hermanos de mi padre eran también alcohólicos y los tres hijos del
matrimonio de mis padres tenemos problemas adictivos, sin contar que
incluso, yo me casé con un alcohólico.

2. En otro sentido, el término “enfermedad familiar” se refiere a que el
alcoholismo de un miembro afecta a toda la familia. Las personas que
están en contacto con un alcohólico reaccionan emocionalmente ante su
manera de beber; tratan de controlarlo, disculparlo o esconderlo; se
culpan a sí mismos y se sienten heridos: a la larga, se enferman
emocionalmente. (Al-anon Family Group, 1989, pág. 1)

sábado, 18 de enero de 2014

EL ESPEJO...

Había una vez un niño listo y rico, que tenía prácticamente de todo, así que sólo le llamaba la atención los objetos más raros y curiosos. Eso fue lo que le pasó con un antiguo espejo, y convenció a sus padres para que se lo compraran a un misterioso anciano. Cuando llegó a casa y se vio reflejado en el espejo, sintió que su cara se veía muy triste. Delante del espejo empezó a sonreir y a hacer muecas, pero su reflejo seguía siendo triste.
Extrañado, fue a comprar golosinas y volvió todo contento a verse en el espejo, pero su reflejo seguía triste. Consiguió todo tipo de juguetes y cachivaches, pero aún así no dejó de verse triste en el espejo, así que, decepcionado, lo abandonó en una esquina. "¡Vaya un espejo más birrioso! ¡es la primera vez que veo un espejo estropeado!"
Esa misma tarde salió a la calle para jugar y comprar unos juguetes, pero yendo hacia el parque, se encontró con un niño pequeño que lloraba entristecido. Lloraba tanto y le vio tan sólo, que fue a ayudarle para ver qué le pasaba. El pequeño le contó que había perdido a sus papás, y juntos se pusieron a buscarlo. Como el chico no paraba de llorar, nuestro niño gastó su dinero para comprarle unas golosinas para animarle hasta que finalmente, tras mucho caminar, terminaron encontrando a los padres del pequeño, que andaban preocupadísimos buscándole.
El niño se despidió del chiquillo y se encaminó al parque, pero al ver lo tarde que se había hecho, dio media vuelta y volvió a su casa, sin haber llegado a jugar, sin juguetes y sin dinero. Ya en casa, al llegar a su habitación, le pareció ver un brillo procedente del rincón en que abandonó el espejo. Y al mirarse, se descubrió a sí mismo radiante de alegría, iluminando la habitación entera. Entonces comprendió el misterio de aquel espejo, el único que reflejaba la verdadera alegría de su dueño.
Y se dio cuenta de que era verdad, y de que se sentía verdaderamente feliz de haber ayudado a aquel niño.
Y desde entonces, cuando cada mañana se mira al espejo y no ve ese brillo especial, ya sabe qué tiene que hacer para recuperarlo.

AMAR ES...

SOLO POR HOY

LOS EFECTOS DEL ALCOHOLISMO

Los hijos de alcohólicos arrastran sus problemas hasta la edad adulta. Muchos tienen problemas de ansiedad, depresión, agresividad o impulsividad. 
Pueden tener problemas con el abuso de drogas y alcohol y problemas para establecer relaciones sanas con otras personas. Suelen tener una imagen negativa de sí mismos. 
Muchas de estas personas tienen problemas con la intimidad porque su experiencia les ha enseñado a desconfiar de los demás. Pueden pensar que si llegan a amar a alguien, esta persona les hará daño.
También tienen dificultades para afrontar el estrés de una manera sana. Entre los hijos de alcohólicos existe un mayor riesgo de bulimia. 
Los hijos de padres alcohólicos tienen cuatro veces mayor probabilidad de ser alcohólicos que otros niños. 
Un niño de este tipo de familia puede tener varios problemas: 
Sentimientos de culpa: El niño(a) puede sentirse que es el causante del uso de alcohol por parte de su padre o madre. 
Angustia o ansiedad: Puede sentirse continuamente preocupado por la situación del hogar. Puede temer que el padre (madre) alcohólico(a) enferme, se lesione o surjan peleas o violencia entre sus padres.
Vergüenza: Los padres pueden dar el mensaje de que hay un secreto terrible en el hogar. Un niño(a) avergonzado(a) no invita a sus amigos a la casa y teme pedir ayuda a alguien. 
Incapacidad para mantener relaciones interpersonales: Debido a su decepción por el alcoholismo de su padre (madre) muchas veces desconfía de los demás. 
Confusión: Muchas veces la conducta del padre o madre alcohólica cambia repentinamente de cariñoso a irritable, independientemente de la conducta del niño(a). La rutina familiar diaria, tan importante para organizar su vida, queda alterada al cambiar constantemente los horarios de sueño, comida y otras actividades. 
Enojo: El niño puede sentir enojo contra el padre (madre) bebedor y molestia con el progenitor no alcohólico por no prestarle apoyo y protección 
Depresión: El niño se siente solo y desesperado en su empeño por cambiar la situación. 
Aunque el niño trata de mantener en secreto el alcoholismo de sus padres, los maestros, familiares y otros adultos se dan cuenta de que algo anda mal. Los psiquiatras de niños y adolescentes sugieren que la siguiente conducta en los niños puede ser indicativa de problemas de alcohol en el hogar: Pobre aprovechamiento académico, fuga del hogar o de la escuela. - Pocos o ningunos amigos, se aisla de sus compañeros de clases. - Conducta delincuente como robo, vandalismo, violencia. - Quejas físicas frecuentes, como dolor de estómago o cabeza. Abuso de droga o alcohol. - Agresión dirigida hacia otros niños. 
Algunos niños de padres alcohólicos tienden a asumir el rol de “padres responsables” en la familia y entre los amigos. Tienden a manejar el alcoholismo de sus padres actuando de forma controlada, dedicándose a sus estudios con intensidad, alcanzando un aprovechamiento superior durante sus años escolares, mientras se aíslan emocionalmente de sus padres y compañeros. Sus problemas emocionales saldrán a la luz cuando lleguen a la edad adulta. 
Actualmente hay grupos de ayuda para estos niños. La ayuda profesional temprana es muy importante para prevenir problemas más serios incluyendo alcoholismo infantil. La eficaz capacitación de los docentes a las técnicas de escucha activa y resolución de conflictos es una estrategia más que valedera para ayudar a niños que vienen de hogares dañados por el alcoholismo de uno o ambos padres.

lunes, 13 de enero de 2014

LA EDAD

LA MOTIVACIÓN

Analiza tus ideas y creencias y observa si un posible temor al cambio, a fracasar o a tener éxito, pueden ser la causa de tu falta de motivación.
Revisa también tu estilo de pensamiento. Muy probablemente el error está en alguno de estos elementos.
Recuerda que el deseo o motivación es sólo el primer paso.
El segundo, es tomar la decisión para actuar y estar dispuesto a pagar un precio por ello.
Si no estas decidido a hacer el esfuerzo, examina la razón.
¿Qué piensas o sientes al respecto?
La clave del éxito es el compromiso y la fe.
Estar dispuesto a continuar a pesar de las dificultades y estar convencido de que sí se pueden alcanzar las metas propuestas.
Tú tienes ambas cosas, aunque quizás necesitas fortalecerlas o redescubrirlas.

¿Qué es lo que nos desmotiva?




En ocasiones empezamos un proyecto o nos planteamos una meta y de repente perdemos el interés.

Entre las principales causas de este desinterés, encontramos que:



a) Tomamos como propias las metas de gente que es importante para nosotros, sin darnos cuenta que no es lo que nosotros deseamos.

b) Vamos en pos de un objetivo, sólo porque es lo que la sociedad o la familia espera de nosotros.

c) La situación que estamos viviendo nos genera una angustia que no queremos o que creemos que no podemos enfrentar y tolerar.

d) Nos ponemos metas inalcanzables.

e) No sabemos cómo lograrlas.

¿Qué hacer?


El primer paso para cambiar un hábito es aceptarlo.
Sin embargo, la aceptación es sólo nuestro punto de partida.
Necesitamos trabajar todos los días en el fortalecimiento del nuevo hábito, hasta que éste sustituya al anterior.

Haz una lista del costo que el perfeccionismo ha tenido en tu vida.

¿Qué cosas has dejado de hacer, por enfocarte en lograr la perfección en ciertas actividades?
¿Qué tan tenso, malhumorado o angustiado vives?
¿Te has vuelto un adicto al trabajo?
¿Duermes poco o mal, pensando en lo que tienes que hacer para mejorar tu trabajo u otras actividades?
¿No te das tiempo para comer bien, estar con tus amistades o familia o para descansar y divertirte?

No es fácil vernos a nosotros mismos para reconocer nuestra autoestima baja y aceptar nuestras debilidades y limitaciones.


Se necesita valor, pero puede ser la llave del éxito y el bienestar.

Revisa los errores que has cometido durante tu vida de adulto (seguramente no recordarás la mayor parte) y ve cuales han tenido consecuencias terribles.
La mayor parte de los errores que tememos cometer, no traen consecuencias muy negativas y si es necesario, podemos corregirlos.

Reconoce que cometer errores es una característica del ser humano.
Es imposible saber todo y hacer todo bien.

Recuerda que lo realmente valioso no es evitar los errores, sino aprender de ellos y sobreponerse y que tu valor personal no depende de tus logros.
Depende de lo que implica ser una persona:
Del potencial y las capacidades que todos los seres humanos tenemos:
Pensar, sentir, aprender, vivir con consciencia, relacionarnos, darle un sentido y un significado a nuestra vida, etc.

Analiza la diferencia entre tratar de mejorar, cuando nos es posible y tener que hacer las cosas perfectas.
Trata de analizar tus expectativas y de replantearlas.

Ante una situación que no resultó como querías, ¿puedes separar lo bueno de lo malo?
Haz una lista de tus limitaciones y acéptalas como una parte de ti, sin devaluarte por ello.

Establece metas que sean alcanzables para ti y no te compares con los demás.
Pon un límite razonable de tiempo y energía para el logro de tus objetivos.
Aprende a manejar la crítica de los demás y disminuye la propia.

Vive el momento presente.
Puedes tener un proyecto a mediano o largo plazo y trabajar en él, pero no permitas que tu mente viaje por el mundo de "y si":
Y si no resulta como deseo.
Y si fallo, ¿qué va a decir…?
Etc.

Recuerda que no eres lo que haces.
Eres una persona que hace algunas cosas bien, otras regula y algunas mal, como todos los seres humanos en este mundo. 

Mitos y realidades del perfeccionismo.





Existen una serie de mitos que mantienen el perfeccionismo.

Mito:
Pensar que si dejamos de buscar la perfección, automáticamente caemos en la desidia y la irresponsabilidad.

Realidad:
Esta forma de pensar es extremista, porque sólo ve dos posibilidades:
Perfección o irresponsabilidad.

Entre ambos extremos, existen muchos puntos intermedios.
Es importante trabajar para lograr nuestras metas y hacerlo buscando buenos resultados, esforzándonos y buscando mejorar, pero sin caer en el extremo y sin considerar que mi valor como persona depende del éxito o fracaso que resulte.

Mito:
No tendría el éxito que tengo, si no me esforzara por hacer las cosas perfectamente bien.

Realidad:
Hay muchísimas personas exitosas que no son perfeccionistas.
El éxito depende del talento, las habilidades y el conocimiento.

Mito:
El perfeccionista logra todo lo que desea.

Realidad:
Muchas veces el perfeccionismo nos limita.
La necesidad de hacer todo perfectamente bien, nos quita mucho tiempo.
Además, ante la posibilidad de fracasar, la gente perfeccionista puede posponer y dejar de actuar.

Es difícil dejar de ser perfeccionista, porque:

  • Lo nuevo nos genera ansiedad y no estamos dispuestos a tolerarla o no sabemos manejarla,
  • tenemos miedo de perder el respeto y admiración de los demás,
  • está muy reforzado por la sociedad y la gente que nos rodea, ya que mucha gente lo considera, equivocadamente, la base del éxito.

EL PERFECCIONISMO

Aparentemente el perfeccionismo nos ayuda a lograr más y mejores cosas.
Pero independientemente de si nos damos cuenta o no, cuando somos perfeccionistas, pagamos un precio demasiado alto:
  • Vivimos tensos,
  • nos angustiamos con facilidad,
  • nos da miedo equivocarnos y cometer errores,
  • no disfrutamos de nuestros logros,
  • nos podemos sentir fracasados o inútiles con facilidad,
  • etc.
Con frecuencia negamos nuestro afán de perfección, bajo el lema de: "Me gusta hacer las cosas bien" o "Sólo dedicándole toda nuestra atención a lo que hacemos, podemos lograr y mantener el éxito".

Aparentemente estas frases parecen lógicas y verdaderas.

Pero existe una gran diferencia entre querer hacer las cosas lo mejor posible y mejorarlas cuando se puede, pero sin demasiada angustia o estrés y tener que hacerlas perfectas (porque si no, significa que soy poco valioso, importante, inteligente, etc.).

El perfeccionismo nos hace sufrir y "perder" muchos aspectos de nuestra vida.


¿Eres perfeccionista?
Responde a las siguientes preguntas, con la mayor honestidad posible.

  1. ¿Necesitas ser siempre el primero o el mejor?
  2. ¿Sientes que constantemente puedes o debes mejorar lo que estás haciendo o lo que ya terminaste?
  3. ¿Te sientes tenso o angustiado cuando te equivocas o ante la posibilidad de cometer un error?
  4. ¿Estas estresado continuamente?
  5. ¿Estás muy al pendiente y te preocupa la opinión de los demás?
  6. ¿Pospones las actividades o situaciones que te cuestan trabajo o en las que no estás seguro de tener éxito?
  7. ¿Revisas varias veces algo que ya terminaste?
Si contestaste si, a la mayoría de las preguntas, posiblemente eres perfeccionista.
El perfeccionismo puede ser el resultado de una baja autoestima.

Es un intento de demostrarnos y demostrarles a los demás, que  somos capaces y dignos de ser valorados y apreciados.
Pero al mismo tiempo es uno de los principales obstáculos para aumentar y fortalecer nuestra autoestima.

¿Por qué?

Porque trabajar para tener una autoestima elevada, implica hacer cosas que no siempre nos van a salir bien.
Significa reconocer y aceptar nuestros errores.
Y darnos permiso de cometerlos.
El perfeccionismo está relacionado con:

  • La necesidad de tener la aprobación de los demás y de nosotros mismos.
  • El temor al rechazo.
  • Una actitud autocrítica, muy negativa.
  • Un pensamiento extremista, en donde sólo existe todo o nada, bueno o malo y no vemos puntos intermedios.
  • La percepción equivocada de nosotros mismos y de la realidad, al creer que es posible que todo lo que una persona hace, salga siempre bien.
  • Calificar los errores como fracasos.
  • Calificarse y valorarse como persona, en función de los éxitos o fracasos que tenemos.