viernes, 28 de diciembre de 2012

SUFRIR DE PERSONALIDAD CONTROLAORA

 - Sufrir de personalidad controladora
¿Quién sufre de personalidad controladora?
Decimos que una persona sufre de personalidad controladora cuando dicta a las personas de su entorno el comportamiento que deben adoptar. Quiere controlar todas las situaciones en las que se encuentra. Todo está planificado, calculado y organizado según lo que ella ha decidido con un extremado rigor. Este tipo de personas suelen pensar que su intervención es necesaria y esconden un sentimiento de superioridad, de ahí la necesidad de tenerlo todo controlado. Según ellas, deben tomar el mando de una situación porque los demás no saben gestionar correctamente los imprevistos. El mínimo cambio les afecta por eso nada dejan al azar, piensan en todos los detalles y se adelantan a todos los imprevistos que puedan acontecer.
 
¿De dónde nace este carácter obsesivo por tenerlo todo controlado?
Muy sencillo: del miedo al fracaso. Este temor es lo que motiva la sed de poder y control absoluto. El miedo y el sentimiento de inseguridad son los grandes enemigos que convierten a este tipo de personas en eternas insatisfechas. Suelen ser infelices y se obligan a aspirar a la perfección, lo que les resulta realmente imposible de conseguir teniendo en cuenta el grado de exigencia que se imponen. Este miedo es el que les dirige una vida estrictamente organizada. Son personas violentas que complican la existencia de todos los que están a su alrededor.

¡A relajarse!Quienes sufren este trastorno deben aprender a soltar lastre y dejar que las cosas ocurran, enfrentarse a sus rigurosos principios. Deben abandonar sus constantes mecanismos de defensa y abrirse a los demás, confiar en ellos y comportarse con más soltura y espontaneidad. Este aprendizaje pasa por la recuperación de la confianza en ellos mismos y por la lucha contra ese excesivo temor que los consume y controla. Hay que saber tomar distancia y relajarse de vez en cuando. ¡Es vital! Si ese carácter controlador se convierte en un obstáculo a la hora de buscar la plenitud personal, el afectado podría plantearse seguir un tratamiento del tipo terapia cognitiva y comportamental centrado en ese rasgo de su carácter para empezar a disfrutar de la vida al máximo. En cuanto den este paso, empezarán a relativizar las cosas.

lunes, 24 de diciembre de 2012

SINDROME DEL NIDO VACIO





El nido vacío.

 
Cuando la mujer tiene una edad mediana, sus hijos abandonan el hogar (para ir a trabajar, a estudiar a una universidad en otra localidad o para casarse). La mujer madura tiene que abandonar una de las claves de su identidad: su ocupación como madre. La expresión síndrome del nido vacío se ha utilizado para describir los casos de depresión de las mujeres a esta edad. Es interesante señalar que las "supermadres" y no quienes escogen carreras no tradicionales son más propensas a esta depresión. Las supermadres han invertido tanto de sí mismas en su papel que, cuando éste toca a su fin, su pérdida es mayor. Las mujeres que trabajan en régimen de jornada laboral completa sufren menos este síndrome que las que no trabajan fuera de casa.

Muchas mujeres dicen: "mi carrera era mi hijo". En contra del síndrome del nido vacío, aunque algunas mujeres se encuentran momentáneamente tristes, solas o asustadas, esto no quiere decir que están deprimidas por la marcha o la próxima partida de sus hijos. El sentimiento predominante en muchas de ellas es de alivio. En madres que han sacrificado tanto por sus hijos, esa reacción quizá no resulte demasiado sorprendente. En vez de experimentar una depresión paralizante, la mayoría de las mujeres encuentra nuevas ocupaciones y reorganiza su vida cotidiana.

Es probable que algunas mujeres experimenten la depresión del nido vacío, pero no todas lo sufren. Para quienes padecen esta depresión, la experiencia puede durar poco. Quizá sea más importante la capacidad de la mayoría de las mujeres para adaptarse a los cambios radicales que se producen, a esas edades, en sus vidas y papeles

jueves, 13 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD




EL NIÑO DEL TAMBOR


Un cuento de Navidad

 

Un cuento de Navidad

Un cuento de Navidad
En vísperas de Navidad impera una cálida agitación en todos los hogares del mundo. El sentimiento festivo y la alegría de reunirse con la familia traen a mi memoria una historia que me encanta relatar cada año. Es una historia real, aunque parezca increíble. Y da testimonio de que los milagros pueden ocurrir.
Hace mucho tiempo, un grupo de jóvenes decidió compartir algo de la alegría de la Navidad. Se habían enterado de la existencia de varios niños que pasarían el día de fiesta en el hospital comunitario más cercano. De manera que uno de ellos se disfrazó de Papá Noel, luego compraron varios regalos, los envolvieron y, munidos de sus guitarras y sus dulces voces, se aparecieron por sorpresa en el hospital en la Nochebuena.
Los niños festejaron alborozados la visita de Papá Noel; cuando el grupo de amigos terminó de distribuir los regalos y de cantar sus villancicos, todos los ojos estaban anegados en lágrimas. De ahí en más, los jóvenes decidieron que representarían el papel de Papá Noel cada año.
En la Nochebuena siguiente, incluyeron en su visita a las mujeres internadas en el hospital, y al tercer año la invitación se extendió a algunos niños pobres del vecindario.
En la cuarta Nochebuena, sin embargo, después de realizar la ronda ya habitual, Papá Noel revisó su saco y descubrió que le habían sobrado algunos juguetes. De modo que los amigos se reunieron para deliberar y decidir qué harían con ellos. Alguien mencionó la existencia de un mísero caserío precariamente instalado en las inmediaciones, donde vivían algunas familias terriblemente pobres.
Por lo tanto, el grupo decidió dirigirse allí, pensando que el número de familias llegaría a tres como máximo. Pero cuando treparon la cuesta de la colina, y se encontraron en medio de la desolada extensión -ya era cerca de medianoche-, el consternado grupo pudo ver a gran cantidad de personas alineadas a ambos lados de la calle.
Se trataba de niños; más de treinta niños expectantes. Detrás de ellos no se veían chozas, sino filas y filas de destartaladas instalaciones precarias. Cuando detuvieron el coche en el que iban, los niños se acercaron corriendo, chillando de júbilo. Era evidente que habían estado toda la noche esperando pacientemente la llegada de Papá Noel. Alguien -nadie pudo recordar quién-, les había dicho que él llegaría, aunque nuestro Papá Noel había decidido hacerlo sólo algunos minutos antes.
Todo el mundo quedó desconcertado, excepto el propio Papá Noel. El estaba sencillamente dominado por el pánico. Sabía que no tenía juguetes suficientes para tantos niños. Finalmente, sin querer decepcionarlos, decidió entregar los pocos juguetes que tenía a los mas pequeños. Cuando se terminaran, explicaría lo ocurrido a los más grandes.
De manera que enseguida se encontró trepado sobre el capó de un vehículo, con treinta niños deslumbrantemente aseados y ataviados con sus mejores galas, alineados de menor a mayor, aguardando su turno. A medida que cada niño ansioso se aproximaba, Papá Noel revolvía dentro de su saco con el corazón cargado de temor, anhelando encontrar por lo menos un juguete más para entregar. Y, por algún milagro, encontró uno cada vez que metió la mano en el saco. Finalmente, cada niño recibió su juguete. Papá Noel miró en el interior de su saco, ahora desinflado. Estaba vacío, tan vacío como debería haber estado veinticuatro niños antes.
Lleno de alivio, soltó un jovial "¡Jo, jo!" y se despidió de los niños. Pero cuando estaba a punto de montar en el coche (aparentemente, los renos tenían el día libre), oyó que uno de los niños exclamaba:
-¡Papá Noel, Papá Noel, espera!
Detrás de los matorrales, aparecieron dos niños pequeños, un niño y una niña. Habían estado durmiendo.
El corazón de Papá Noel dio un vuelco. Esta vez estaba seguro de no tener más juguetes. El saco estaba vacío. Pero cuando los niños se acercaron sin aliento, él reunió coraje y volvió a meter la mano en el saco. Y, abracadabra, en él había más regalos.
El grupo de amigos, que actualmente ya son adultos, todavía comentan el milagro de esa mañana de Navidad. Siguen sin encontrarle explicación; sólo pueden decir que aquello realmente sucedió. ¿Que cómo sé de la historia? Bueno; yo era el Papá Noel.

martes, 11 de diciembre de 2012

INDIFERENCIA



La indiferencia, el peor castigo...!!!

 

Muy buenas !!

De entre todos los medios de respuesta más eficaces que una persona puede usar para defenderse de una acción interpretada como ofensiva contra ella, y sin necesidad de tener que recurrir a la violencia, esa es la indiferencia.

La indiferencia es sin duda, la más eficaz a corto, medio o largo plazo, según sea el caso del oponente. Si es más o menos débil de mente y/o si la relación de afinidad sentimental con la otra persona es más o menos estrecha.

La indiferencia, deja al rival desarmado, tocado. Es como si de un duelo de dos pistoleros del lejano Oeste se tratara, mientras un burruño de ramas secas, vuela movido por el viento paseándose entre ambos contendientes. Quien dispara primero, suele tener el duelo casi ganado. No obstante, la indiferencia también se puede replicar con indiferencia inversa.

Cuando entre dos personas hay sentimientos de intereses encontrados, lo normal es que en una primera fase, se utilicen medios que pueden ir según los casos, de una discusión que discurra por una línea moderada, a ir tomando tintes de mayor apasionamiento, perdida de las formas elevando el tono de la voz, falta de respeto del contrario, insultando gravemente, injuriando e incluso en último grado, recurriendo a la violencia física.

Sin embargo, si una de las partes opta por darse la vuelta y no devolver el "golpe" dialéctico, la reacción del ofensor, es de principio, de confusión, de aturdimiento. Para pasar a la perplejidad. Si además, la relación es dentro de un ámbito laboral de habitual contacto o más, aun en el terreno sentimental de pareja. La impresión de la respuesta se hace más evidente.

La indiferencia es una señal que dice claramente al tercero que haga lo que haga o diga lo que diga, no tendrá efectos sobre ésta. Que le resulta indiferente tu presencia, tu opinión, tus sentimientos. Y eso es de lo más duro que puede haber para el ser humano.

Las personas necesitamos expresarnos, sentir que nos escuchan, estén o no de acuerdo con nuestra forma de pensar. Comunicarnos, en una palabra. Ese es el éxito de las redes sociales que han emergido con tanta fuerza recientemente, por la necesidad que tiene la gente de comunicarse entre ellas, aunque no se puedan ver, ni tocar, producto del modelo de vida que tenemos cada vez más impersonal. Si ese hilo se corta, te quedas incomunicado. Sólo.

La indiferencia será tanto más eficaz como de fuertes hubieran sido los lazos hasta llegar a ese estado de incomunicación. Si había sentimientos sinceros, es un arma muy eficaz, para ganar la batalla. Si no lo había, lo normal es que aquello derive hacía la desvinculación total.

No hay mejor desprecio que no hacer aprecio, dicen por ahí... y es cierto.

Utiliza este arma de manera inteligente llegado el caso, para hacerte valer en las situaciones que así lo requieran. Pero cuidado con quien y como lo haces. Te pueden responder con la misma moneda y si eres débil, como es mi caso, acabes clamando misericordia.... snifffffff, snifffffff !!

Hasta la próxima amig@ !!

sábado, 8 de diciembre de 2012

ESTAR SOLO...



PERDONARSE A UNO MISMO

Pequeños errores, graves descuidos, ofensas, mentiras y heridas abiertas llenan el costal de la culpa. Una carga pesada para portearla indefinidamente.
El perdón redime, liberándonos de ese peso y dándonos la oportunidad de restaurar la relación con otros, pero también con nosotros mismos. De hecho, de nada sirve el perdón que otros nos dan cuando nosotros mismos no somos capaces de perdonarnos.
Dependiendo de la intensidad del sentimiento de culpa, el camino hacia el perdón puede suponer tan sólo un paso, o bien, tratarse de un recorrido largo y difícil.

Sea como fuere, el proceso para perdonarse a uno mismo sigue tres etapas:

Aceptación

Las equivocaciones son parte de la vida, algo inherente a nuestra condición humana. Por tanto, sólo es posible comenzar aceptando este hecho.
Eso se traduce en tratar de entender el propio comportamiento y responsabilizarse del mismo; asumir los errores sin flagelarse con ellos.
En definitiva, se comienza escuchándose a uno mismo, intentando comprenderse, tal y como escucharía a cualquier otra persona que le abre el corazón.

Aprendizaje

El perdón no es olvido ni debería serlo, porque éste nos llevaría a cometer el mismo error más veces.
El perdón es más bien una transformación, donde la culpa se convierte en una lección positiva, en una experiencia que nos hace más sabios.
No existe un error del que no se aprenda algo.

Reconciliación

Aquí culmina el proceso, después de haber transformado la negatividad de la culpa en algo constructivo.
Ahora sí es posible dejar ir el pasado y hacer las paces con nosotros mismos.
El objetivo no es sentirse orgulloso de haber cometido un error o de haber herido a alguien, sino superar la situación para hacerlo mejor la próxima vez.
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Perdónate y sigue adelante.