domingo, 2 de febrero de 2014

Los hijos adultos de alcohólicos mienten aun cuando sería más fácil decir la verdad.



Mentir es esencial en un sistema familiar afectado por el alcohol en el cual
existe una negación declarada de realidades desagradables; un constante
ocultamiento de sentimientos, acompañado de encubrimientos, promesas
incumplidas e incongruencias; por ejemplo, recuerdo con tristeza algunas
Navidades en que mis hermanos y yo nos perdimos la esperada fiesta
familiar llena de alegría y regalos, en la casa de mis abuelitos, porque mi
padre había empezado a brindar desde temprano, y ya para esa hora
estaba muy pasado de copas y mi madre impedía que fuéramos a la fiesta
para no arriesgarse a pasar alguna vergüenza o zafarrancho familiar.
Avisábamos por teléfono que no asistiríamos, inventando que alguien
estaba enfermo, o que el coche estaba descompuesto; mis hermanos y yo,
llenos de coraje y resentimiento, nos metíamos a la cama y allí acababa la
Navidad.

En mi niñez y adolescencia, mentir se volvió para mí lugar común, ya que
me evitaba situaciones desagradables y me hacía la vida más cómoda,
pues me resultaba camino fácil para salirme con la mía y escabullirme de
mi casa, para irme con mis amigas y tener tiempo para hacer lo que me figura/fondo

complacía. Por lo demás, cada vez que me atrevía a decir la verdad o a dar
una respuesta franca, se me regañaba o criticaba; en poco tiempo aprendí
que decir la verdad era lo peor que podía hacer por lo que decidí que
mentir estaba bien, con la condición de ser lo suficientemente lista para
disimularlo. Eso hice y me las ingenié casi siempre para que no me
descubrieran.

Acostumbrada a un ambiente de negación, me engañé a mí misma
sosteniendo siempre que mi padre sólo era un “bebedor fuerte”, pero no
un alcohólico; que en mi casa todo estaba bien y que la nuestra era una
familia feliz. El alcoholismo de mi padre, negado en el seno familiar, podría
representarlo ahora con una metáfora. Era como si un gran cocodrilo
verde se hubiera instalado en medio de la sala; todos lo veíamos, todos lo
temíamos, pero nadie se atrevía a hablar de él, ni a reconocer cuánto
miedo le teníamos.

Criada en un ambiente de falsedad, en mi ser de adulto me ha costado
mucho enfrentar la verdad y no mentir en situaciones que involucran
temor, pérdida de prestigio o tener que confesar abiertamente algún error.
El mentir en mi vida adoptó muchas formas sutiles, no tanto en forma
de engaño a los demás, sino como un alejamiento de la verdad, en trampas
tales como mentirme a mí misma, negar la realidad y no reconocer ni
expresar mis necesidades y sentimientos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario