lunes, 8 de abril de 2013

CARTA DE UNA MADRE



Querida hija,

Sé que no he sido una madre perfecta, aunque para ser honesta hasta hace poco no me había dado cuenta. Mi tendencia ha sido darte todo, casi más que pensando en ti, lo hacía pensando en mis carencias y por qué no decirlo, en mi satisfacción de pensar que de esa manera era mejor madre. Suena fuerte ¿verdad?, he tardado 50 años en verlo. Pero por lo menos me dado cuenta porque hay quien permanece ciego siempre.

Hija mía, sueles echarme la culpa de lo mal que te va. Y lo poco que te va bien es mérito tuyo, ¿no te parece que algo no encaja? Estos días he aprendido que en toda relación, todo lo que pasa, para bien o para mal es al 50%, es decir, es cosa de dos. Nunca toda la responsabilidad ni toda la culpa es del otro. Incluso aunque yo te hubiese malcriado, tú siempre podrías haber reaccionado de otra manera.

Freud ha venido a liberarme. Ya no puedes culparme de tus traumas actuales, ni de tus desdichas. Deja de engañarte y haz algo por vivir la vida, lejos del sufrimiento. A cierta edad lo que nos pasa es decisión nuestra, inconsciente, pero decisión nuestra. Y eso quiere decir que nada de lo que le pasa al sujeto le ocurre sin su participación.

Frente a posibles traumas el psicoanálisis permite entrar en un nuevo mundo sin salir del mundo, porque facilita una nueva manera de pensar que hace surgir en cada uno un nuevo hombre, una nueva mujer, un nuevo padre, una nueva madre, una nueva manera de vivir y morir. Hija, si quieres te regalo tu primera sesión. Tal vez así te liberes de tus tendencias más intimas, que esas sí que son las que te están matando.

Un día me dijeron que en las relaciones familiares a veces había que poner distancia. Pero distancia emocional y no distancia geográfica. Te digo esto porque aunque hace tiempo que te fuiste de casa, me temo que aún no has sabido separarte de esa ideología familiar, que según dices tanto te perjudica. Como estarás viendo, tienes que hacer un trabajo para que las cosas te vayan de otra manera. A mi me costó aprenderlo, pero la vida es un trabajo.

Que sepas, hija mía, que con lo que te estoy diciendo, soy más joven que tú. A mis 50 años me he permitido cambiar de pensamiento, y cambiar de pensamiento siempre rejuvenece. Algo sí que podrías aprender de mí, a pesar del sermoncito que te estoy dando.

Un beso de tu madre, que tiene tanto poderío porque tú se lo das, y no porque yo lo tenga.

P.D.
Ni yo soy tan buena ni tu eres tan mala, ni cualquier combinación posible de esas palabra. Se trata de querer lo mejor para uno mismo, y esto que parece tan obvio, me parece que para ti no lo es tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario