sábado, 2 de marzo de 2013

APRENDI A VALORAR LA VIDA

Soy de una familia trabajadora y muy conocida por la elaboración de pan tradicional. Cuando era niño mis papás se reunían con otros matrimonios en casa de alguno de ellos a bailar danzón y a tomar. Yo los veía contentos y muy alegres cuando se echaban sus cubas y creía que el efecto del alcohol era lo que los estimulaba a estar felices ya que se abrazaban y eso para mí era la felicidad.
Cuando entré a la Universidad empecé a tener contacto con el alcohol a través de mi madre, y es que siempre que iba a visitarla ella se encontraba conviviendo con sus comadres y vecinas y me ofrecía una copa, al principio no la aceptaba y ella me ponía en mal ante sus amigas porque no era social. Después cuando ya las aceptaba no sólo me tomaba una o dos, sino cuatro o más (sólo cuando mamá tomaba). Tiempo después mis papás se separaron y me di cuenta que sólo aparentaban estar bien en las reuniones sociales, ya que en la vida diaria no se entendían.
Más tarde cuando dejé la universidad, en el sexto semestre por los problemas familiares, por meterme con una mujer casada y por broncas con compañeros, salí huyendo y regresé a mi casa.
Luego me puse trabajar en una escuela particular, empecé a ganar dinero, me casé y con mi esposa empezamos a construir una vivienda, sin embargo los mismos compañeros me impulsaban a relacionarme con gente “importante” en los bares más costosos, ya que sólo de esa manera encontraría “buenas palancas” para mejorar mis ingresos y subir de categoría. Así que mi carrera alcohólica empezaba a crecer y poco a poco comenzaron los problemas de pareja, las desveladas, los excesos y el desorden mental, los defectos de carácter empezaron a fluir y mi vida ingobernable apareció.
Una noche que celebraba el cumpleaños de mi madre salí a dar un paseo en mi camioneta, manejaba tranquilo, pero el estado de ebriedad en la que circulaba no calculaba los espacios y en un descuido choque con un árbol y destruí el medallón. Llegó la policía y tránsito y me encerraron en la cárcel municipal. Mis hijas lloraban por las noches, mi esposa también y les juro que esas lágrimas no eran de felicidad.
Después que salí dejé de tomar por un tiempo hasta que se me pasara el susto, continué bebiendo y mi esposa me dijo que ya no soportaba vivir con un borracho que sólo le interesaba el irse a beber después de trabajar y no salir con su familia. Y al ver la mirada decidida de mi esposa en separarse de mí, decidí buscar ayuda, ya que sólo no iba a poder.
Desde que estoy en Alcohólicos Anónimos mi vida cambio para bien, el Juan Antonio que conocían de briago ya no existe, ahora es un padre que ha aprendido a valorar la vida y respetar la vida de los demás. Mis hijas ya me tienen confianza y aunque mi esposa no me ha perdonado del todo, ya vivimos en armonía. En Alcohólicos Anónimos me han enseñado que poder es querer y, yo si quise, me falta un largo camino por seguir, por el momento soy tesorero de mi grupo y soy enlace de Plenitud, me gusta mucho compartir con mis hermanos del mismo dolor y aprender de sus experiencias. Doy gracias a mi Poder Superior que me abrió los ojos todavía a tiempo, invito a todos los que aún sufren en las garras del alcohol, se acerque con nosotros; la mano de Alcohólicos Anónimos siempre te ayudará.

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